viernes, octubre 08, 2010

Jesús, el deber del cristiano de defender a su Dios

Jesús, el deber del cristiano de defender a su Dios

Jesús, el deber del cristiano de defender a su Dios

Profeso la fe cristiana, soy católico y me formé con la mente abierta de un colegio jesuítico y desde siempre ha habido chistes sobre curas, rabinos, monjas y  pastores, que solíamos contar hasta en los mismos retiros espirituales.  

Creo que exagerar mediáticamente el despropósito de una comedia, nos recuerda el refrán que dice que “los cuidados del sacristán matarán al señor cura”. Digo esto porque lo que habría sido un hecho menor e irrelevante,  se ha convertido en un tema de polémica nacional e internacional a raíz de este llamado de atención del CNTV a Chilevisión, toda vez que provoca el efecto contrario al que se busca con la medida, ya que termina victimizando al canal que ha cruzado los límites razonables de la sana convivencia.

No se trata de rasgar vestiduras como los fariseos frente a las rutinas del Club de la Comedia que han hecho parodias sobre Jesús, quizás de muy mal gusto, talvez burdas y con cero aporte más allá de su irreverencia, porque habría bastado con hacer zapping para evitar el mal rato de un programa grotesco. Hasta allí el tema habría pasado desapercibido, pero fue la decisión del Consejo Nacional de Televisión de llamar la atención al canal Chilevisión por esos monólogos o squetchs irreverentes y ofensivos a Jesús, lo que puso en el tapete el tema de los límites que tiene la libertad de expresión en el sistema democrático actual.

Esto ha levantado una polémica ideológica que se aleja y termina distorsionando la realidad. No se trata de caer en posiciones  fundamentalistas de intolerancia como las que emitió el mundo musulmán, cuando el ayatolá  Jomeini, guía de la revolución iraní y representante de Alá en la tierra, anunció en 1989 al mundo islámico que Salman Rushdie había sido condenado a muerte por blasfemo como autor de la novela Versículos Satánicos, y pidió a los musulmanes que le ejecuten allí donde le encuentren. Ni tampoco se trata de generar una escalada de virulencia como la que provocó la amenaza de quemar copias del Coran que hizo el pastor evangélico Terry Jones, pastor de la iglesia Dove World Outreach en Florida, en el noveno aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre. No se trata de reflotar dogmatismos inquisidores que han sido reconocidos con una tardía disculpa papal, 500 años después.

Se trata de colocar en el centro de la discusión el principio democrático básico que establece una clave de sana convivencia en la diversidad: mis derechos terminan donde comienzan los de los demás. Esa delicada frontera se transgrede cuando invocando el derecho a una supuesta libre expresión un programa televisivo ha caído en ofensas al credo de una amplia comunidad, que tiene el derecho a defender su fe. Los que creemos en Dios y sentimos desde nuestra fe que Jesucristo, Dios y Hombre, es un mensaje vivo para transitar esta dimensión terrena, no podemos quedar apáticos si se ataca, en este caso con el arma aguda de un comic,  nuestra cosmovisión, nuestra religión. Es el mismo derecho que le cabe a la autoridad cuando se la injuria o calumnia y es su deber reaccionar por los mismos medios y publicidad, para preservar la dignidad del cargo. Es el mismo derecho que tiene el Estado de exigir que se respeten los símbolos patrios, como la bandera, el escudo y el himno nacional. Son normas que ordenan el funcionamiento social y en lo que se refiere a religiones y cultos, existe el precepto constitucional que consagra la libertad de culto.  

En esa medida, la acción consciente del teleespectador cristiano sería de reaccionar por sentirse tocado por una comicidad que desde una visión agnóstica o atea banaliza y hace mofa de la vida, pasión y muerte de Jesús y de los evangelios. El hecho concreto es que en el mundo de los cristianos, católicos o evangélicos, existe una actitud dubitativa frente a las tendencias que han ido empapando nuestros actuales estilos de vida, llegándose a aceptar por su uso multitudinario, prácticas que en rigor van rompiendo la escala de valores que postulan como guía moral los credos religiosos.

Más allá de pretender censurar el squetch irreverente, es necesario defender con una actitud de vida consecuente los principios de la fe que se profesa y esto debiera significar que los creyentes no resignaran por omisión sus principios frente a la sociedad materialista, individualista y hedonista en que nos desenvolvemos.  

Callar frente al modo de vida al que hemos llegado como sociedad es el principal pecado de omisión de los creyentes. Cuando por comodidad, por conveniencia, por entender que es un problema de los otros, no nos involucramos con liderazgo en la conducción de la sociedad, cedemos ese espacio a quien sí quiere profundizar su dominación alienando al hombre a la codicia, al egoísmo, a la insensibilidad social de un sistema materialista. Por otra parte, la invasión de visiones agnósticas en la sociedad, ha sido tolerada porque quienes las promueven se han vestido con piel de oveja tras preceptos libertarios, pero desde una visión liberaloide, laissez faire, laissez passer, que va corroyendo los pilares sustantivos de una sociedad sana, con personas dueñas de su destino. Así, surgen las apuestas a despenalizar el consumo de drogas, a promover o tolerar el consumo masivo de alcohol y el tabaco entre los jóvenes, a darle a la precoz sexualidad adolescente la connotación de una mera gimnasia, una exploración física alejada del amor trascendente, que no involucre compromisos de pareja ni familia.  Del mismo modo esos liberaloides buscan legalizar el aborto más allá del terapéutico, pretenden relativizar la institución del matrimonio como célula heterosexual de la sociedad, llevándolo a uniones homosexuales; todas éstas, tendencias que se visten de progresismo para enganchar la sensibilidad juvenil.

La voz de las iglesias es débil frente a estas tendencias y no se escucha en forma categórica una propuesta a recorrer el camino difícil, que llame a la doctrina del esfuerzo, de la cooperación, de forjar familia y comunidad, que nos permita superar el pecado social de concentración de la riqueza. Y esta debilidad se evidencia en el ámbito de medios cuando se observa la programación de canales que han sido de propiedad de la Iglesia o de empresarios católicos, los cuales han seguido el ejercicio alienante del pan y circo general, siendo funcionales a un orden mundial dominante que busca una civilización con masas alienadas y consumistas, siguiendo en su vida los signos materialistas que dan el poder y el dinero. Es por ello que la posición cristiana que debiera reflejar la voz del Cristo en el aquí y ahora, suena débil y con serias inconsistencias, con espacios de farándula que contrarían lo que se predica y que han causado en la  niñez y juventud mucho más daño moral que el que puede provocar un monólogo que exige una comunicación medianamente inteligente y  que llega normalmente a una elite de la teleaudiencia.

La  corrosión mediática a las bases de la fe cristiana es metódica y generalizada, no se solucionará recurriendo con lobby de la jerarquía eclesiástica ante el Consejo Nacional de Televisión, sino que requiere una actitud comunicacional proactiva de cada cristiano como individuo, asumiendo con honestidad y realismo el desgaste en credibilidad pública que ha sufrido la religión por culpa del propio clero, por esas  acciones de pedofilia que se han destapado mostrando una podredumbre que se quiso guardar por siglos entre cuatro paredes y que han estallado en las últimas décadas con el impacto por todos conocido. 

Superar ese estado de ánimo de confusión, escepticismo, apatía, procurando cambios al interior de la propia Iglesia para que recupere el respeto social, son elementos que permitirían al cristiano defender con la fuerza de su fe una visión de sociedad diferente, centrándonos en la corrección autocrítica de los pecados sociales en los que estamos involucrados por acción u omisión. Eso, pienso, sería mucho más profundo como defensa de la fe y de Jesús, que querer colocar diques fácticos a las voces irreverentes del arte, que transmite en el fondo una crítica social.

Valparaíso, 8 de octubre de 2010.




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