Chile: el enemigo cruel y despiadado que no respeta
nada ni a nadie, es el modelo.
Estamos inmersos en medio de una pandemia planetaria. El
Covid-19 ha precipitado el derrumbe de EEUU como superpotencia hegemónica.
Somos testigos distantes de una carrera por el poder mundial, cae la
institucionalidad de Bretton Woods; Estados Unidos retira su aporte a la OMS; China,
Rusia y la India lideran el surgimiento de un nuevo orden monetario
internacional que estará centrado en el patrón oro, dejando atrás la preponderancia
del dólar norteamericano. Estamos viendo cómo emerge un nuevo sistema
multipolar en las relaciones internacionales, con nuevos equilibrios y
alianzas, en cuanto a poder militar. Vemos cómo la era del petróleo parece
llegar a su fin. El mundo se ha detenido por meses y los automóviles y aviones
no están funcionando. La globalización hace agua. Observamos una vuelta a los
nacionalismos y una redimensión de los procesos de integración como refugio de
sobrevivencia, en donde la institucionalidad generada en Europa, se ha
demostrado frágil y burocrática para un actuar cooperativo en medio de la
pandemia.
Economías desarrolladas han mostrado su fragilidad estructural,
por la precariedad de sus servicios de salud, por la marginalidad de enormes
conglomerados que no tienen acceso a la salud, toda vez que ésta ha sido
manejada como un negocio y, por ende, como un privilegio para los que tienen
dinero. La pandemia ha dejado en desnudo la debilidad de la red social de
Estados Unidos, al convertirse en el país con más víctimas fatales por la
pandemia y con un manejo de crisis cruzado por incoherencias entre el poder
central y los Estados.
En esta crisis, la lección aprendida a sangre, es que debemos
actuar como una comunidad interdependiente, no como individuos independientes,
por lo que el paradigma neoliberal de crecimiento sin límites, está dando paso
a ese concepto clásico de desarrollo sustentable, que el dogmatismo neoliberal
estigmatizó como populismo o estatismo. Los países están aprendiendo que los
valores de dinamismo económico y eficiencia deben centrarse en el hombre y la
naturaleza, incorporando los valores sociales de solidaridad, equidad,
responsabilidad y compasión.
El sistema capitalista global, con su pretendido gobierno
supranacional y la jibarización del Estado como ente máximo de la sociedad,
está desmoronándose, porque el planeta afectado por el calentamiento global ha
puesto un freno drástico a su codicia depredadora. Se ha vivido una verdadera prueba
de la capacidad del capitalismo para aplicar eficazmente la responsabilidad
social de las empresas. En este aspecto, en el recuento pos pandemia, habrá que
evaluar a los gobiernos por sus decisiones oportunas y correctas; del mismo
modo, cuando pase la pandemia, las empresas que se mantengan vivas, serán las
que de verdad sintonizaron con la tragedia planetaria y actuaron con verdadera
responsabilidad social, lejos de la especulación y el oportunismo agiotista. La
prueba ética que se aplicará, será preguntar por lo que hicieron para atravesar
la pandemia, cómo trataron a sus trabajadores, a sus proveedores y a sus clientes,
si supieron dejar de ganar o incluso aceptaron perder, procurando mantener vivo
el cuerpo social que constituye cada empresa, priorizando aportar
comprometidamente para salir de la peste. Los especuladores, que sólo vieron en
la crisis nuevas oportunidades de negocios, no pasarán la prueba y serán
castigados por el rechazo colectivo de la ciudadanía consciente. Ese
capitalismo salvaje no tendrá espacios en la pos pandemia.
En términos de relaciones económicas internacionales, el
paradigma de los no alineados, las posiciones tercermundistas en el marco de la
guerra fría, fue desmantelado desde hace 30 años, por políticas públicas que
abrieron de par en par las puertas a la inversión extranjera incondicional. En
ese empeño, el poder corporativo contó con la anuencia de conspicuos y
aggiornados social demócratas, bendecidos con blasones académicos por los
centros ideológicos del poder mundial. El neoliberalismo tronchó, en alianza
con el golpismo, los sueños de generaciones de trabajadores y campesinos que
vieron morir, a fuerza de bayonetas y persecución, sus sueños y derechos
históricamente conquistados.
En el plano religioso se desmantelaron los evangelios y la
teoría de la liberación, que proponían una vida religiosa humanista que luchara
por la justicia en este mundo, sin hipotecar la felicidad a cambio de paraísos
futuros. La Teología de la Liberación fue un enemigo ideológico, igual que el
marxismo.
La concreción del modelo neoliberal ha significado que el
pueblo quedara a merced de los medios oficiales de comunicación y del
materialismo opresor. Todo este proceso, que alcanza ya el medio siglo, pesa
como aquella marca numérica de los campos de concentración para el holocausto,
en el número de rol de cada habitante de este país. Concebidos como
consumidores en vez de ciudadanos, impactados en nuestras vidas por decisiones
que maneja un poder cupular, la plutocracia o poder de los ricos, que ha
controlado y reducido los márgenes de acción del Estado Republicano, que
conocimos a partir de la revolución francesa.
Si bien cuesta generar una síntesis que pueda explicar el
fenómeno político, económico y social que estamos viviendo, la sensación es que
estamos en una loca vorágine que nos lleva por el borde de escarpados
precipicios. Es estar conviviendo con una sensación de término de lo viejo, que
no da paso a lo nuevo, porque se van superponiendo, a cada instante, los
hechos, disruptivos, multifacéticos, sin que exista reposo para su análisis,
sólo esta imperiosa necesidad de vislumbrar un camino correcto en medio de una
niebla arrastrada.
A cada instante, los noticieros fluyen sin permitir segundas
lecturas. Es el ranking de fallecidos por la pandemia, cifras imprecisas y
quizá manipuladas por el poder. Una sensación de estar en el ojo del huracán,
aferrados a lo único sólido e imbatible que crees tener y de donde te aferras
para tratar de vislumbrar la luz al final del túnel. Se vienen tornados, plagas
de langostas, volcanes agitados, matanzas demenciales de un solitario criminal;
el virus que ha migrado en zoonosis desde los murciélagos, que mata en pocas
semanas, que es asintomático, que reduce tus expectativas a la sobrevivencia en
un claustro. En medio de esta sensación de derrumbe global, con la certeza de
que nada volverá a ser igual, vas elevando diálogos virtuales, te juntas con otros
poetas para estrujan de los versos la esperanza, intercambias memoria viva con
compañeros de ruta, usando plataformas virtuales, quizá lo único útil que nos
heredará la globalización que se desmorona.
El orden mundial que termina
Así vamos, como en reloj de arena, entendiendo que las redes
sociales pueden desaparecer, que son finitas, que dependen de decisiones
políticas de planos inalcanzables para nuestra realidad; de la energía eléctrica,
de que funcionen las centrales generadoras y de tener el dinero para costear el
servicio. Entendiendo a golpes que el Estado Neoliberal está imposibilitado de
asumir el deber de sobrevivencia de las mayorías, porque está castrado de sus
deberes fundamentales, como lo son proteger su población y su territorio. Que, en
el derrumbe global, la economía chilena, tal como está concentrada y concebida,
difícilmente será capaz de pasar a un nacionalismo económico, a un Estado
Responsable, que el capital siendo apátrida buscará migrar hacia sitios o
instrumentos de resguardo, que la vida en esa lógica no importa, que cuesta
asumirnos como un país pobre, después de haber vivido el espejismo de ser
jaguares.
La globalización ha sido el imperio del poder corporativo
multinacional por sobre los Estados, generando un sistema productivo global que
condenó a roles menores, como proveedores de materias primas y commodities a
países como el nuestro. Y, en los mercados de capitales, se generó una economía
financiera virtual, parásita de la economía real, que manipula los mercados y
ha llevado al mundo a recurrentes crisis financieras en donde los únicos que
han ganado han sido los especuladores que cohabitan en ese templo oscuro del
poder mundial del dinero. En esta pandemia, el modelo globalizante ha tocado
fondo y lo que le sobrevendrá será un retorno a un período de economías
cerradas, en donde lo países buscarán el refugio de espacios económicos
ampliados y amurallados, es decir, una redimensión de los espacios de
cooperación regional y complementación productiva, alimentaria y energética. En
los noventa se proponía el modelo de regionalismos abiertos, apuntando a la
complementación de procesos productivos entre países miembros de la ALADI. Se
generaron instrumentos de comercio compensado, que ahora habrá que desempolvar.
La integración regional propuesta, iba más allá de la retórica reminiscencia a
los padres de la patria, constituyendo un proyecto de futuro, que fue diezmado
por el avance de la globalización y los acuerdos internacionales como el de
Marraquech que dio nacimiento a la Organización Mundial de Comercio. El Estado
Nación debió subordinarse a lineamientos globales y terminó funcional a esos
intereses foráneos, supranacionales, abandonando su rol regulador y promotor de
la industria nacional, para convertirse en instrumento de defensa pretoriana de
los intereses de unos pocos poderosos locales, aliados a fuerzas similares de
carácter global.
Las personas y las familias chilenas estamos asumiendo, en
esta pandemia, más que nunca antes, la desprotección y el desamparo. Corroborando
en la incertidumbre cotidiana lo que la explosión social de Octubre había
dejado en descubierto: que para el chileno de a pie, el
enemigo cruel y despiadado, que no respeta nada ni a nadie, es el modelo
neoliberal imperante.
Chile después de la pandemia
Por casi 50 años nos inculcaron el individualismo exitista y
nos vendieron como oropeles, que vivíamos en un oasis, en un espejismo de
bienestar. Que, cuando todo eso se derrumba ante nuestros ojos, nos sentimos
huérfanos; que sabemos que no volveremos a vivir en el mundo que conocimos; que
no hay caso de resistirse al cambio en
ciernes; que el hambre golpea a amplios sectores que han caído en la cesantía
más cruel, ésa que te deja pobre y desnudo, creyéndote aún de clase media;
desolado porque el tejido social de acogida o soporte casi no existe, que
recién se comienza a reconstruir lo gregario; que el individualismo y el
sálvese quien pueda han sido el síntoma de una enfermedad social peor que la
pandemia, que nos pega hoy más fuerte que el Covid-19.
El sueño de clase media, de la casa propia, del título
universitario, del automóvil, del buen colegio para los hijos, de vacaciones,
de pertenencia social a través del dinero que permita seguir pagando los planes
de internet, el dividendo, las colegiaturas, la tarjeta estrujada del
supermercado, quedar de pronto con patrimonio negativo, dueño de nada, deudor
de por vida, a la intemperie, sin plan de minutos en el celular, un paria que
se cae de los computadores y que no es sujeto de crédito, la pesadilla multiplicada
cayendo como balde de agua fría sobre esos amplios sectores que marcaban el
paso del sistema, refunfuñando, a veces protestando, diciendo que a la próxima
sí se va a levantar para votar, aunque luego no sepa por quién.
Es el caldo de cabeza que está hoy en el planeta enclaustrado
y que es similar a lo que se siente en muchos países. Saber que esta
conectividad durará lo que dure el dinero, porque todos sienten y saben que, si
te cortan este hilo tecnológico, te precipitarás en el aislamiento sórdido, sin
poder saber lo que pasa realmente, sin comunicación con los tuyos, en una
sensación de agobio y cansancio que toca fondo, en medio de un aislamiento
necesario, sin alcanzar los abrazos y besos que, por cotidianos, ignorabas,
pero que ahora te clavan el pecho.
Morir de hambre, caer en la pobreza y la desprotección, sin
dinero y con tus pocos bienes en el embargo de la usura; entender que te dejan
caer, mientras ellos se aseguran sus privilegios. Todos estos sentimientos, esas
percepciones extendidas como úlceras en el cuerpo social, pueden generar una
acción desesperada y rupturista de toda la estantería institucional que le resta
al modelo.
El Sueño Colectivo
Como ciudadanos conscientes de esa amenaza, tenemos la
responsabilidad de aportar, cada cual desde su espacio y competencias, para que
se canalice toda esta energía social acumulada en un proyecto que interprete
con realismo el sueño colectivo. Debemos evitar que la bronca, el miedo, el
resentimiento, se conviertan en violencia y anarquía, porque eso sería caer en
el juego fascista, un justificativo para apelar al orden como valor primordial,
imponiéndonos la paz de los sepulcros.
Hablamos de la nueva política
ejercida por y desde la sociedad civil, que en forma soberana recupera sus
espacios asociativos, en las escuelas, en los barrios, los sindicatos, los
colegios profesionales, las agrupaciones sociales, las comunas, las regiones. El
desafío colectivo de actuar con civismo responsable, para ejercer correctamente
la democracia representativa, exige abrir el camino a una Nueva Constitución.
Sólo mediante un proceso constituyente, como sea quieran llamarlo, se podrá
cerrar el ciclo de capitalismo salvaje, presidencialismo absoluto y centralismo
que nos agobia. Para pasar a un sistema electoral que permita que los
dirigentes sociales sean elegibles para cargos de representación popular, que
los partidos políticos puedan ser auditados y que la democracia profunda surja
desde la base social. En ese caminar habrá que salvar muchos escollos, habrá
mentiras oficiales estigmatizando el movimiento ciudadano, pero, con la lección
aprendida, en el tiempo pos pandemia, sobreviviendo, seremos capaces de crear,
con humildad, honestidad y respeto mutuo, un Chile Decente y Justo, que ponga
fin a los abusos y la depredación.
Hernán Narbona Véliz, Periodismo Independiente, 21 de Abril
de 2020.
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