¿Cambio de era?
Los sicarios salieron tras los primogénitos que saltaron
torniquetes. Los pretorianos y sus publicistas llenaron de pantallas y cámaras
las urbes. Los banqueros afilaron sus espadas. El circo mediático creció vía
streaming, la palabrería inundó los espacios y los verdaderos gladiadores de la
palabra volvieron a las catacumbas, fueron dispersados por balines y
mutilaciones.
Los metales pesados horadaron el hemisferio de la voluntad y
la carencia de emociones llenó los barrios de zombies. Los catecismos de la
ambición instalaron nuevos becerros de oro en los malls. Los grupos financieros
multiplicaron su oro en medio de la plaga.
Habían convertido la vanidad de los idiotas en una constante
oportunidad de negocios. En medio de villancicos, la codicia metió sus garras,
el retail se saltó cuarentenas. La humanidad conjugó la egolatría y la pasión
se llenó de siliconas y muñecas inflables. Para la vanidad, llenaron de espejos
las murallas, el muro espejado impidió ver la hecatombe, La felicidad siguió la
moda mientras el desierto avanzaba y la muerte se solazaba en el cemento y el
plástico. Los ciegos se calzaron lentes para ver eclipses.
Los arribistas aspiracionales compraron doctorados al hombre
del maletín.
Comieron por delivery. Para lograr
fantasías se repartieron emoticones y aplausos grabados. Lo fatuo se vistió de sensibleros
verbos. Cada cual caminando por su metro cuadrado de nube.
En sus burbujas, se sentían seguros; se sentían integrados,
pertenecientes a un sueño americano. Pero el tiempo los golpeó en sus bunkers,
los espejos de moteles apolillados reflejaron flaccideces con mascarillas. En los
cruceros, los cadáveres saturaron las cámaras de frío y fueron lanzados al
océano donde se mezclaron con cuerpos náufragos de desplazados que buscaban sobrevivir
en tierras promisorias.
Pero, de pronto, en medio de la primavera, los jóvenes,
saltando torniquetes incendiaron el becerro de oro. Las termitas devoraron los
expedientes de la injusticia, la luz recuperó la mirada de los mutilados. Los
sicarios huyeron y tomaron contratos con nuevos depredadores y juntos
celebraron en paraísos fiscales, los trofeos del exterminio.
Las dimensiones del caos siguen a altos decibeles
proclamando nuevos imperialismos. La esperanza muere por traidores que se
sumergen en su propio estiércol. Los calendarios pierden vigencia, el tiempo y
el agua se transan en la bolsa de Wall Street y la vanidad socava las cavernas
del opio, Platón es exiliado. Todo se licúa. Séneca no encuentra el número de
justos para evitar nuevos Sodoma y Gomorra. En su salsa, la gonorrea baila con las nuevas
cepas del Sars, la regla del megáfono oficial es dividir, desconfiar del
hermano, no pensar, no soñar. La deslealtad pampea, no quedan lágrimas, asido a un sueño, escarbo
en el recuerdo por un pesebre.
Hernán Narbona Véliz, 21,12,2020.