Hace casi 5 años escribí esta columna. Cuando hoy se escucha a personajes de la élite, pretender la conducción del proceso constituyente, amerita dejarla nuevamente para el debate ciudadano:
“Ya no sería posible cambiar el capitalismo” nos quieren hacer creer…
Es la torpe y desenfadada disculpa
de los intelectuales de la pseudo izquierda, el argumento falaz de quienes
vendieron sus sueños y se convirtieron en esbirros obsecuentes de quien los
financiaba. Claudicaron de sus sueños y principios. Mintieron con programas de
gobierno que prometían cambios que jamás pretendieron pero que constituía un
mensaje de marketing encantador. Mintieron cuando lo escribieron, mintieron al
ejecutarlo, se diluyeron, se fueron por las ramas.
Su gestión ha estado marcada por
la impericia y la improvisación, pasando por encima de los funcionarios de
carrera, en una ordeña descarada del aparato público, en el cual no creen, pero
que sirvió para su clientelismo, les sirvió para profitar y organizar sus
negocios sin escrúpulos. Se irguieron como savia joven, como la etapa 2.0 de la
política, como el progresismo, pero eran ancianos de espíritu, mañosos, sin
vuelo libre, serviles a la garra que los mantenía. Actuaron pendiendo de los
hilos de un gran titiritero, que supo de sus debilidades por los autos caros y
las corbatas italianas.
El decir que no hay posibilidades
de cambiar el capitalismo salvaje, concentrado y distorsionado que nos aflige,
es una explicación cínica, un mensaje para que la gente piense que realmente se
intentó, que se hizo lo que se pudo, que hay que seguir dentro de lo posible.
Que no habría nada mejor que lo que se tiene, que hay que resignarse,
conformarse y seguir esclavizados, comparándonos como idiotas con la OCDE.
Pero, la verdad es que buscan
mantenerse en el poder, con la lógica más descarada, seguir en la cresta de la
ola, vendiendo pomadas añejas, sin capacidad de creer en las energías positivas
de las personas y las comunidades de base. Sin entender que hay una energía
social poderosa, si la dejan fluir; que existe humanismo y que hay sueños por
los cuales el pueblo se las puede jugar, por ejemplo, por recuperar la
integridad en la cosa pública.
Queda integridad, hay principios
que rescatar, sentimientos de colaboración y solidaridad que no responden al
lucro o la codicia individual. Porque quedan en Chile manos limpias, que no
todos son ladrones o delincuentes.
Que los que pregonan un mundo sin
alternativas, porque todos son tránsfugas, porque así son las reglas del juego,
porque hay que pasar por encima del otro, se excusan ellos mismos de su
historia en política.
Quienes así piensan es porque los
corrompió el sistema, porque adoran la materia y su mirada es al piso, a sus
egos y jamás podrán volver a mirar el espacio de los libres de verdad. Porque
no quieren mostrar o no pueden hacerlo, las alternativas de ciudades a escala
humana, barrios y escuelas con afectos ciudadanos. No pueden visualizar una
vida distinta porque no creen en la solidaridad, porque una tragedia la
convierten en oportunidad de mayor lucro, por tildan de populistas a quienes
hablan de asociatividad o cooperativismo, descartando esas opciones como impracticables, pero sí aceptan las
colusiones, los carteles, las asociaciones ilícitas para defraudar al fisco.
Son esos tipos los que nos dicen
que este capitalismo salvaje es así, un hecho consumado. Pero estamos
conscientes que el abuso no puede ser la regla, que la delincuencia económica
en cualquier país estaría presa y que necesitamos recuperar un Estado digno,
probo, donde se premie las buenas costumbres republicanas, de respetar las
instituciones, pero que al mismo tiempo se fiscalice a fondo su comportamiento,
que todos paguemos impuestos y que se acaben los privilegios o las leyes a la
medida de los grupos dominantes. La gente no está pidiendo una revolución
incendiaria, está demandando un trato justo, una constitución democrática, con
equilibrios de poder, con libertades públicas y compromisos al servir un cargo
público, con un país decente, con respeto a la ley, donde se reivindique el
trabajo y el emprendimiento, antes que los bonos populistas que generan
dependencia.
Un país decente, no es mucho
pedir y levantar un sueño ciudadano para lograrlo corresponde a los ciudadanos
que no buscan el enriquecimiento ilícito al actuar en política. Es ese 60% de
personas que se abstuvo y que puede plegarse a este proyecto de un país
decente, en un nuevo trato social. El capitalismo necesita sacudirse los
delincuentes que lo están dominando, pero eso exige transparencia y un gobierno
virtuoso, donde dirijan personas honestas, esa es la nueva utopía por la que
debemos luchar.
Periodismo Independiente, 05.04.2016 @hnarbona en Twitter.