lunes, noviembre 30, 2020

"Ya no sería posible cambiar el capitalismo" nos quieren hacer creer...


Hace casi 5 años escribí esta columna. Cuando hoy se escucha a personajes de la élite, pretender la conducción del proceso constituyente, amerita dejarla nuevamente para el debate ciudadano:



“Ya no sería posible cambiar el capitalismo” nos quieren hacer creer…

Es la torpe y desenfadada disculpa de los intelectuales de la pseudo izquierda, el argumento falaz de quienes vendieron sus sueños y se convirtieron en esbirros obsecuentes de quien los financiaba. Claudicaron de sus sueños y principios. Mintieron con programas de gobierno que prometían cambios que jamás pretendieron pero que constituía un mensaje de marketing encantador. Mintieron cuando lo escribieron, mintieron al ejecutarlo, se diluyeron, se fueron por las ramas.

Su gestión ha estado marcada por la impericia y la improvisación, pasando por encima de los funcionarios de carrera, en una ordeña descarada del aparato público, en el cual no creen, pero que sirvió para su clientelismo, les sirvió para profitar y organizar sus negocios sin escrúpulos. Se irguieron como savia joven, como la etapa 2.0 de la política, como el progresismo, pero eran ancianos de espíritu, mañosos, sin vuelo libre, serviles a la garra que los mantenía. Actuaron pendiendo de los hilos de un gran titiritero, que supo de sus debilidades por los autos caros y las corbatas italianas.

El decir que no hay posibilidades de cambiar el capitalismo salvaje, concentrado y distorsionado que nos aflige, es una explicación cínica, un mensaje para que la gente piense que realmente se intentó, que se hizo lo que se pudo, que hay que seguir dentro de lo posible. Que no habría nada mejor que lo que se tiene, que hay que resignarse, conformarse y seguir esclavizados, comparándonos como idiotas con la OCDE.

Pero, la verdad es que buscan mantenerse en el poder, con la lógica más descarada, seguir en la cresta de la ola, vendiendo pomadas añejas, sin capacidad de creer en las energías positivas de las personas y las comunidades de base. Sin entender que hay una energía social poderosa, si la dejan fluir; que existe humanismo y que hay sueños por los cuales el pueblo se las puede jugar, por ejemplo, por recuperar la integridad en la cosa pública.

Queda integridad, hay principios que rescatar, sentimientos de colaboración y solidaridad que no responden al lucro o la codicia individual. Porque quedan en Chile manos limpias, que no todos son ladrones o delincuentes.

Que los que pregonan un mundo sin alternativas, porque todos son tránsfugas, porque así son las reglas del juego, porque hay que pasar por encima del otro, se excusan ellos mismos de su historia en política.

Quienes así piensan es porque los corrompió el sistema, porque adoran la materia y su mirada es al piso, a sus egos y jamás podrán volver a mirar el espacio de los libres de verdad. Porque no quieren mostrar o no pueden hacerlo, las alternativas de ciudades a escala humana, barrios y escuelas con afectos ciudadanos. No pueden visualizar una vida distinta porque no creen en la solidaridad, porque una tragedia la convierten en oportunidad de mayor lucro, por tildan de populistas a quienes hablan de asociatividad o cooperativismo, descartando esas opciones como   impracticables, pero sí aceptan las colusiones, los carteles, las asociaciones ilícitas para defraudar al fisco.

Son esos tipos los que nos dicen que este capitalismo salvaje es así, un hecho consumado. Pero estamos conscientes que el abuso no puede ser la regla, que la delincuencia económica en cualquier país estaría presa y que necesitamos recuperar un Estado digno, probo, donde se premie las buenas costumbres republicanas, de respetar las instituciones, pero que al mismo tiempo se fiscalice a fondo su comportamiento, que todos paguemos impuestos y que se acaben los privilegios o las leyes a la medida de los grupos dominantes. La gente no está pidiendo una revolución incendiaria, está demandando un trato justo, una constitución democrática, con equilibrios de poder, con libertades públicas y compromisos al servir un cargo público, con un país decente, con respeto a la ley, donde se reivindique el trabajo y el emprendimiento, antes que los bonos populistas que generan dependencia.

Un país decente, no es mucho pedir y levantar un sueño ciudadano para lograrlo corresponde a los ciudadanos que no buscan el enriquecimiento ilícito al actuar en política. Es ese 60% de personas que se abstuvo y que puede plegarse a este proyecto de un país decente, en un nuevo trato social. El capitalismo necesita sacudirse los delincuentes que lo están dominando, pero eso exige transparencia y un gobierno virtuoso, donde dirijan personas honestas, esa es la nueva utopía por la que debemos luchar.

Periodismo Independiente, 05.04.2016 @hnarbona en Twitter.




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