La Lista del Pueblo, de lo emocional a la realidad
Hay en la Memoria colectiva frases que nos han
marcado. Recuerdo el lema del Paris de Mayo 1968: “Seamos realistas, pidamos
lo imposible”, o la de Lenin: “Si la realidad no está de acuerdo con la
teoría, tanto peor para la realidad”. Ambas han sido arengas que han
apuntado a lo abstracto, a las ideas, a las emociones, ambas han resultado
movilizadoras, viscerales y preclaras ante un momento de cambios. Sin embargo,
abruptamente la realidad se impone, lapidaria de sueños, porque refleja el
ejercicio frío y descarnado del poder. Es así como, los revolucionarios de los
60 terminaron invocando el pragmatismo y defendiendo obsecuentes sus parcelas o
maceteros de poder.
En el libro Letras Anarquistas, Artículos periodísticos y otros escritos
inéditos compilados por Carmen Soria, Editorial Planeta, 2005, se puede leer un
brillante artículo de Manuel Rojas referido a la Revolución de Octubre, donde la
mirada crítica a los hechos históricos que sucedieron a la toma del poder y
defenestración del zarismo, se impone sobre las emociones que generó ese instante puntual donde los bolcheviques
elevaban la bandera revolucionaria. La frase de Lenin, señala Manuel Rojas (Revista
Babel, 1944) , se le revierte en la práctica
y es la realidad la que desmantela las teorías y muestra en toda su
crudeza la construcción del Estado totalitario, que se aleja de la propuesta
política socialista original.
En la explosión social de Octubre 2019, el pueblo chileno se movilizó
por cambios profundos, con una Primera Línea resistiendo una feroz represión
que sólo ha sido comparable con los peores momentos de la dictadura de Pinochet,
disputando como un hito la Plaza de la Dignidad, generando una carga emocional nacional,
que atribuyó a ese espacio un gran simbolismo. Al fragor de las emociones y mística
de esa disputa, que culminó con el retiro de la estatua de Baquedano de ese
sitio, generó el reencuentro de personas, de dirigentes sociales y agrupaciones
ciudadanas diversas en un colectivo emergente, con un común denominador de no militancia
en partidos políticos del binominalismo histórico. Y, a partir de allí, lo
inmediato fue conformar un grupo para participar en el proceso constituyente, lo
que alcanzó éxito en la elección de los convencionales como Lista del Pueblo.
Sin embargo, el choque con la realidad fue tener que afrontar la
articulación coherente de ese colectivo horizontal, reacio a subordinarse con
disciplina a líderes conductores, grupos que han sido asambleístas por esencia,
sin capacidad orgánica para ordenarse para una capitalización de ese poder
alcanzado. La vociferancia difusa, la dispersión de temáticas a relevar en los
discursos, provocó que en la Lista del Pueblo no llegaran a conformar un
colectivo político coherente, que confluyera en una sola voz y en un planteamiento
sustantivo. Esto ocurrió, a mi juicio, porque la realidad les exigía actuar
como movimiento político, como un partido que razonablemente busca consolidar un
espacio de poder, lo que entraba en contradicción con ese discurso esgrimido,
de repudio al actuar de los partidos políticos. Y esto es algo que alcanza
ribetes fundamentalistas, casi dogmáticos, por completo irracionales, si lo que
se busca es construir un fortalecimiento del Apruebo, que apunta a una sociedad
diferente a la actual, a partir del nuevo texto constitucional.
El enfoque pasional de plaza
Dignidad y el triunfo consecuente de la Lista del Pueblo, aterrizó en la
realidad del trabajo constituyente, donde ha habido que superar diversos
escollos, colocados intencionadamente para hacerlo fracasar. En esa nueva
mística interna, en un trabajo de 8 semanas, se ha llegado a un borrador de
Reglamento para la Convención Constitucional, y este proceso exigió diálogo,
participación ciudadana y una prudente toma de distancia de la política
contingente, que sigue su propio carril y su propia dinámica mediática.
En este período, los constituyentes elegidos como independientes de la Lista
del Pueblo se han integrado al proceso intenso de la Convención Constitucional,
alejándose expresamente muchos de ellos de la contingencia política y de los
hechos tortuosos que han tenido como foco la Lista del Pueblo. Sin entrar en
detalles, el episodio de haber nominado en una asamblea como candidato
presidencial al dirigente sindical minero, Cristian Cuevas, para quitarle el
piso casi de inmediato, dejándolo, en definitiva, fuera de la papeleta de
noviembre, al no haber alcanzado los patrocinios necesarios en el SERVEL; a lo
que se suma el nombramiento o respaldo dado a otro candidato, Diego Ancalao.
Esto último ha reventado mediáticamente con la bajada de Diego Ancalao por parte
del SERVEL, con una denuncia de haberse inscrito con uso de firmas falsas ante un
notario que había fallecido.
En un par de semanas han ocurrido estas dos situaciones bochornosas, que
sellan una muerte política de un movimiento surgido de la épica de la revuelta,
desde esa emocionalidad, que fue un exitoso instrumento e acceso al proceso
constituyente, pero que ha caído entrampado en la realidad de disputa del
poder, cayendo en lo mismo que repudiaban en su vociferancia. Lo que debiera
llevarlos a una profunda reflexión para poder superar los errores cometidos.
Es así como, la Lista del Pueblo
ha mostrado patéticamente la inmadurez política de muchos de sus dirigentes,
desmoronándose como castillo de naipes por sus debilidades conceptuales y
orgánicas, por la falta de un padrón interno, convertida en una suerte de barra
brava, donde todos actúan desde la épica de la revuelta social de octubre, pero
sin asumir las responsabilidades que significa haber logrado este momento histórico
que estamos viviendo. Sin darse cuenta de que es una oportunidad histórica, que
su actuación errática ha puesto en riesgo.
Los hechos comentados impactan en la fe pública como una duda profunda y
razonable de la coherencia y consecuencia de los movimientos sociales que
surgen de las emociones, de los estados de ánimo, tales como el desencanto, el
agobio, la rabia, el resentimiento o la desesperanza aprendida, al momento de tener
la posibilidad de ejercer el poder, impulsando un nuevo orden en la
convivencia.
Es entonces, cuando la política exige el diálogo, la construcción de
equilibrios, de límites necesarios para asegurar que nadie abuse de posiciones
de privilegio. Este ejercicio profundo es el que vemos en desarrollo en la
Convención Constitucional y creemos que la realidad que se construya, dejará
sólo como mal recuerdo los episodios comentados, quizá como evidencia cultural de haber normalizado una política sucia,
dentro de un modelo individualista, lo que ha calado en la sociedad, motivo por
lo cual, soñar lo colectivo es de difícil práctica y requiere actuar en lo personal,
con profunda convicción democrática. Lecciones que debiéramos reflexionar para
respaldar este proceso constituyente en desarrollo.