El cinismo político y sus costos
Las cúpulas de la Concertación presentan una patética actitud de soberbia, queriendo explicar lo inexcusable, incapaces de asumir que están sufriendo una derrota que ellos mismos provocaron.
Parecen no entender que las malas prácticas se fueron acumulando hasta reflejarse en el voto castigo que los desalojó del poder.
Parecen no asumir que el rechazo a su gestión, al centralismo, a la sectaria actitud de las cúpulas, a los operadores políticos rentados, a las corruptelas instaladas en muchas áreas de la gestión pública, son las causas de su desalojo.
Olvidan las primarias truchas, olvidan los escándalos de corrupción que siguen apareciendo. Olvidan el trato que dieron a las víctimas del régimen militar. Olvidan su incapacidad para tocar el modelo heredado y parecen no hacerse cargo de los errores de gestión, como Transantiago, Ferrocarriles.
No quieren asumir que la derrota no fue culpa de los díscolos o los descolgados, sino de quienes hicieron del poder un botín compartido de manera sectaria y no un instrumento legítimo para trabajar tras un modelo distinto de sociedad, por las grandes mayorías que en algún minuto representaron y a las cuales dieron la espalda. Como dieron la espalda a la dirigencia social de los ochenta, a los medios de prensa que abrieron cauces a la democracia, situación que hoy lamentan por la precariedad comunicacional en que hoy se encuentran.
Es evidente que en materia de ideas sobre sociedad, hay una gran mayoría ciudadana que podríamos entender como la clase media, que no aspira a modelos colectivistas, sino que apuesta a un modelo social de mercado que esté enmarcado en una doctrina liberal individualista, que ha sido la doctrina oficial que no tuvo contrapesos, ya que la clase política de centro izquierda fue incapaz de proponer un referente distinto.
Hay sectores medios que se asumen como más progresistas, que tratan de corregir el capitalismo depredador y concentrador, promoviendo una sociedad de economía mixta, articulada en torno a un Estado Regulador y Fiscalizador de mayor peso, que permita una mejor distribución de los costos y beneficios de la economía. También están los que colocan el acento en un Estado Benefactor, que corrija las inequidades con subsidios directos a los sectores más vulnerables. En general, la clase media añora un Estado que funcione correctamente, que se modernice, que preste servicio sin discriminación, que sea creíble y confiable.
En general, los sectores medios son los que con mayor lucidez quieren una gestión pública transparente y efectiva. Es decir, que se clarifique el destino de los impuestos que ellos pagan y que los encargados del gobierno rindan cuentas de su gestión. Estos sectores medios han sido los que paulatinamente, en el correr de los veinte años, fueron alejándose de la política para ensimismarse en sus problemas cotidianos. De ese divorcio entre la sociedad civil y la política dan cuenta los resultados obtenidos por la Concertación en la última elección.
En los gobiernos de la Concertación, de los idearios libertarios que se aunaron para el Plebiscito de 1988, se pasó gradualmente a alianzas estratégicas con agentes económicos nacionales e internacionales y el discurso de los políticos de la concertación fue perdiendo consistencia. El tráfico de influencias, la colusión de intereses, el aprovechamiento de los partidos de sus espacios de poder, fueron desvirtuando la esencia de la coalición gobernante.
Cuando fueron sorprendidos y emplazados ante la justicia por las máquinas instaladas para la corrupción, la reacción fue propia del cinismo político, ya que enarbolaron las mismas normas irrespetadas que formaban parte del sistema republicano, para exponerlas como nuevos compromisos por la transparencia. La inconsecuencia, el doble discurso, fue el estilo imperante.
La Concertación resultó permeable y funcional a la influencia de las grandes Corporaciones; como evidencia de esto estuvieron los contratos de Concesiones, leoninos para el Estado y los ciudadanos usuarios.
El despotismo cínico de la Concertación fue vestirse de socialistas, pero actuar en los hechos como eslabones de un sistema global altamente concentrador de la riqueza. Fue el cinismo en política, legislar por una parte para reparar a los exonerados políticos por el daño patrimonial causado al ser removidos por el régimen militar, y luego incumplir lo que dice la ley, violando sus derechos adquiridos y repartiendo pensiones mínimas que violentaban el espíritu de la ley. Cinismo político que significó abrir la Comisión Valech y colocar un silencio de 50 años respecto a sus conclusiones, limitando a las víctimas actuar ante la justicia para denunciar a sus victimarios.
Fue cinismo político hablar de gobierno ciudadano y de participación, cuando las decisiones cruciales se tomaban de espaldas al pueblo, de manera inconsulta y a puertas cerradas, o bien se generaban inoperantes y gigantescas comisiones que conducían a vías muertas, mientras los hechos consumados favorecían a aquellos poderes que usaban conspicuos lobbistas, quienes tenían fácil acceso a palacio, recurriendo a vínculos cultivados en épocas de revolución y exilio. Es lo que se repitió desde la revuelta de los pingüinos y se vio en el apoyo testarudo a proyectos que tenían un extendido rechazo social y ambiental
Por todo lo expuesto, por esa gran masa de chilenos que se automarginó de la política, por los que exploraron una alternativa diferente que los interpretase con mayor sintonía, la Concertación perdió el gobierno. Así se vio venir en las elecciones municipales, cuyos resultados cualquier político no obcecado habría leído con lucidez.
Y perdió porque no pasó el filtro que puso la ciudadanía: la probidad y la transparencia. El sentimiento mayoritario de chilenos que rechazan la corrupción, venga de donde venga, y que por ende rechazaron, con un voto de omisión o abstencionismo, el relativismo moral y el cinismo político que mostró la Concertación, cuesta abajo en la rodada.
Atacama, sábado, 03 de abril de 2010
Una mirada libre a nuestro entorno
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