(una columna desaprensiva)
Cuando, repitiendo la historia, el Ten Tanker llega fallado, y vuelven los llantos a las pantallas, nadie habla ni se acuerda del subsidio forestal. Tiembla el pulso para eliminar el maldito DL 701. Detrás de las catástrofes se invoca la solidaridad y son los estafadores quienes, desde sus oficinas virtuales en cárceles de alta seguridad, hackean identidades y hacen campañas solidarias para la Fundación Mi Casa. Aparecen filántropos que acaparan materiales para el gran negociado de la reconstrucción
Parived es el distractor preciso, la pantalla perfecta de la farándula para olvidar los juicios por desfalcos alcaldicios. Nuevo Fiscal. Se comprueba que gato pardo no caza ratones. Nos inyectan banalidad a la vena. La muerte crea avalanchas de dolor en la tierra. Un choque de placas devasta una gran nación. Diluvios, tempestades, avalanchas, pero nadie se compromete para frenar el cambio climático. Mientras unos arden, otros desaparecen y decenas de miles son sepultados por edificios que no cumplieron normas. Pero el foco de la cooperación europea ha sido juntar más municiones para seguir la guerra.
Las constructoras colocan manitas de conejo. Mientras arde la última araucaria, un patriota defiende la soberanía de su piscina. Es un héroe del individualismo. Podría ir como experto a la nueva constitución. Muere un cantor popular, tras haber sido denostado. Parte lapidado por haber sido un profeta fálico con supuestas feligresas concurriendo a un motel para violaciones programadas, sacando número.
En el sur, las lenguas de fuego casi matan a un dirigente de los escritores que andaba ayudando a organizar la ayuda. Los poetas buscan asilo en la primera biblioteca de país y allí elevan oraciones politeístas a los dioses paralelos. Mientras arde el sur del Edén y el cinturón de fuego del Pacífico se reactiva, las multitudes se deprimen en Tick Tock porque Yerko Puchento se baja del Festival. A todo esto el Festival repone la orquesta, cuando ya casi no queda Festival. Los canales mueven sus redes sibilinas y Mon Laferte va a Olmué. A propósito de orquesta, en la burbuja ahumada del palacio de la desvergüenza, siguen orquestando el gran maquillaje del amarillismo y el aceite fluye generoso. Frente al descalabro, el susto. El director de la orquesta mayor del reino perdió su batuta, adulteraron su partitura y ahora toca de oído, pero está cada día más sordo. Dicen que sólo un bombo salvaría al Festival.
Hernán Narbona Véliz
Periodismo Independiente
Corresponsal en la Región Valparaíso de La Razón.cl
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