“No me digas viejo, sólo soy el doble de joven que tú”
En la memoria histórica han
quedado episodios memorables, protagonizados por jóvenes. En 1968 fueron los
sittings de universitarios que postularon al hombre nuevo, luchando por una
reforma que democratizara la Universidad; en 1970 fueron los protagonistas
de un sueño de mil días; a partir de
1973 los jóvenes fueron víctimas de persecución, tortura, desaparición y
exilio. En los 80 fueron los jóvenes los que enfrentaron el terrorismo de
Estado en las protestas. El 2005 fueron los secundarios exigiendo terminar con
el lucro en la educación}; el 2011 fue la marcha de los paraguas; el 2018 fue
la explosión social, que se encendió a partir de jóvenes saltando torniquetes,
jóvenes marchando a lo largo y ancho de Chile.
Sin dudas, siempre, la
juventud ha sido, es y será, energía pura empujando los cambios, es la fuerza
que forja futuros, derrumbando las murallas conservadoras de época, es el paso
avasallador que rompe atavismos y crea espacios propios. Es la que deja sus
mártires anónimos en este derrotero.
Pero esa actitud de
vida y rebeldía que llamamos juventud, puede ir en un cuerpo vigoroso o en uno
desgastado por los años, y, en esencia, se puede ser joven si el ánimo de lucha
se mantiene.
Un criterio para medir si la
juventud se mantiene en la madurez, es mirar la consecuencia de vida respecto a
convicciones y creencias profesadas. Envejece quien carga con incoherencias personales,
quien ha vivido a disgusto consigo mismo, porque eso hace infelices a quienes
no han hecho aquello que les gustaría y apasiona, eso que los llena de
satisfacción. Llegar a la madurez con menor o mayor carga de frustraciones, de luchas
no dadas, de ideas que no aterrizaron, de dobleces espirituales, de silencios
que duelen, repercute en la actitud presente y las expectativas de futuro de
las personas. Por eso se dice que hay jóvenes viejos y también viejos jóvenes. Se
dice también que el hombre cosecha lo que ha sembrado y yo agregaría como premisa
que la vejez profundiza los defectos y no es para nada, un paso hacia la
virtud.
Seguir soñando desde una
dimensión social, luchando por espacios
de justicia y armonía en colectivo, permite mantener flameantes las utopías, asumiendo
compromisos hasta el último aliento, evolucionando, aprendiendo sin quedarse
pegados, para seguir en el empeño de cambiar el mundo. Esto conduce a improntas
políticas, a generar ideas fuerza que nutren de ética la lucha por el poder. Cuando
las malas prácticas envilecen el poder, la irrupción de la juventud romántica,
frente a la juventud alienada en lo material, es un capital de legitimidad
para el cambio social. Esto no quiere
decir que los jóvenes no estén también en riesgo de corrupción, por lo que siempre en los procesos deberán existir
controles cruzados y gran transparencia para evitar dicha entropía.
El tiempo de los viejos jóvenes
La salud mental y física y su
deterioro natural, es un componente determinante de la vida adulta. Si bien la
muerte es una certeza, todos aspiramos al buen morir, tratando de imaginar que
ese instante sea un paso breve, quizás un salto indoloro, una invitación a
cruzar a dimensiones que nos entusiasmarán. Pero llegar a ese momento debe ser
una etapa en que se cierran los capítulos, pero se transita en plenitud y
dignidad. Haber sido considerados como un sector descartable, no productivo, como
un pasivo social, es un estigma que el neoliberalismo aplicó a los ancianos,
con la caricatura de hacerlos bailar y entretenerlos, como si con eso alguna
anciana o anciano pudieran pagar sus contribuciones u olvidar sus míseras
pensiones.
El buen morir, sin extensas y
dolorosas enfermedades, es la convicción que orbita en los mayores cuando se
cruzan las décadas. Pero eso queda como telón de fondo del último derrotero,
que todos se proponen caminar sin penurias, sin tener que trabajar por
sobrevivencia, contentos por cada día, por cada sueño que los mantiene valentes
y ocupados.
Los tiempos que se auguran
con los derechos de los adultos mayores consagrados en la Nueva Constitución, y
que deberemos defender en las urnas el 4 de septiembre, habrá de dar esa compensación
espiritual de un nuevo trato, en donde la seguridad social y la salud vaya
mejorando el calvario al que millones de veteranas y veteranos han estado
sometidos.
Tratando de aplicar las
energías y talentos en una vida virtuosa, la sociedad deberá reeducarse en su
relación con los mayores, que serán el 30% de la población para el 2030.
Barrios a escala humana, espacios para disfrutar los afectos, tribunas para entregar
experiencias, rescate de la sabiduría que existe en nuestro patrimonio intangible,
en las personas ancianas y en el diálogo fecundo con las nuevas generaciones,
que podrán volver a respetar la ancianidad y acompañar a los viejos para el
último asalto.
No se trata de encerrarse en
uno mismo, para intentar a destiempo vivir lo que se siente adeudado, sino, más
bien, integrarse a los vientos de
cambio, como una constante actitud de comprensión de tu tiempo, de tu lugar en
él y de mantener un compromiso honesto con aquello que crees.
No sentirse viejo, despertar
cada día con un propósito, ocuparte de trabajar en lo que te apasione y
disfrutarlo y cuando alguien te pregunte cómo estás, decirle “excelente y
mejorando”.
Hernán Narbona Véliz,
Periodista Corresponsal Diario La Razón.cl, Secretario de la Mesa Coordinadora
de los DDHH de Valparaíso.
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