sábado, septiembre 10, 2005


11 de Septiembre de 2005

CUANDO LA TRAICIÓN ACECHA.

Hernán Narbona Véliz

Han transcurrido ya 32 años. Era aquél un martes nuboso y la ciudad despertó acorazada, se sentían los trotes de tropas por las escaleras, piquetes de marinos que se instalaban en los puntos de acceso al puerto. El estrecho plan de Valparaíso estaba bloqueado. Por ello, la ruta obligada era caminar por los cerros, cruzando quebradas. La sensación era la que se siente cuando se está en medio de un terremoto. El instinto impulsaba hacer un contacto urgente con familiares. Se intuía en ese despertar de pesadilla que quedaba poco tiempo para el abrazo filial, que se había producido lo temido, que el gobierno popular caía. Sólo que la catástrofe recién se iniciaba y, mientras muchos sacaban banderas, otros comenzaban a buscar respuestas o señales de esperanza, sin darse cuenta plenamente que esto no era un nuevo ensayo, sin imaginar que sus repercusiones troncharían de cuajo la vida de miles y miles de familias chilenas.

La radio Magallanes fue la última en apagarse. Las demás transmitían marchas militares. El asombro y el miedo asomaban. La última orden del Presidente Allende fue no sacar al pueblo a las calles, evitar una masacre. Por la radio conocimos del bombardeo a la Moneda. El toque de queda se implantaba. Los bandos de la Junta Militar exacerbaban sentimientos de venganza y odio hacia los enemigos. El día 12 de septiembre por Decreto Ley Nº 5, se declaraba en Chile el estado de guerra interna.

Culminaba el complot desestabilizador que ordenara Nixon a Kissinger el mismo 4 de septiembre de 1970. En Valparaíso, el Teniente Coronel de la Infantería de Marina norteamericana, Patrick Ryan, encargado de los grupos de tarea que conducían el levantamiento militar, reportaba a la CIA el éxito alcanzado. Esa mañana, muchos oficiales de la Armada retomaban sus puestos después de realizar misiones de infiltración e inteligencia al interior de la Unidad Popular. Ex choferes de confianza llegaban a las fábricas a arrestar selectivamente a los dirigentes principales; en las universidades los más encendidos revolucionarios terminaron vistiendo uniforme y torturando a sus supuestos compañeros de ruta. El soplonaje y el revanchismo campeaban. Personas indefensas tuvieron que sufrir indecibles torturas e incluso la muerte y desaparición, por el simple hecho de que algún desalmado los delatara y les imputara ser comunistas, marxistas o activistas de izquierda. Los colaboracionistas buscaban ganar la confianza de los golpistas entregando las listas negras para orientar los arrestos, las torturas y las persecuciones. Funcionarios del régimen derrocado, que fueron voluntariamente a entregar sus cargos fueron asesinados sin clemencia alguna. Sacerdotes obreros, mujeres embarazadas, adolescentes, iban cayendo en una oleada de crueldad sin parangón en la historia de Chile. Hubo escasos enfrentamientos. El golpe había sido rotundo y los militantes que estaban en los aparatos armados no tuvieron ninguna posibilidad de dar un vuelco a la historia. La labor de inteligencia había sido profesional y daba sus frutos. Los cuadros de los partidos eran metódicamente encarcelados, la tortura permitía sacar información y tejer organigramas que guiaban la acción represiva. La mano técnica de la CIA había trabajado 1090 días para sembrar el caos en Chile, sirviéndose de las pasiones que inflamaban el país en un clima confrontacional, infiltrando los partidos, empujando al infantilismo revolucionario; organizando sabotajes, mercado negro; comprando la incondicionalidad de una derecha sin escrúpulos, utilizando las ambiciones de personeros que sólo querían retornar al poder, teniendo como aliados a sectores conservadores que querían mantener privilegios amenazados por la ola reformista de esa década.

Pero también, en medio de la incertidumbre, hubo gestos humanos, heroicos y silenciosos. Como fue el trabajo de personas que limpiaron casas de compañeros para evitar que los allanamientos descubrieran información. Como era ayudar a cambiarle la facha a compañeros desgreñados para convertirlos en ordenados ciudadanos de cuello y corbata, pelo corto y lentes. Ocultar a perseguidos políticos, gestionar su asilo, colocar a favor de las víctimas un histórico recurso de amparo, visitar a los compañeros presos, movilizar las iglesias en búsqueda de solidaridad, escribir cartas para dar a conocer la represión en Naciones Unidas. Todo esto, sin medir riesgos; sin que nadie esperara nada a cambio. Esos gestos, quedaron guardados en la retina, como una gran reserva moral, aún vigente. Personas anónimas que se las jugaron para ayudar al prójimo, sin entramparse en posiciones ideológicas, dejando para el futuro una poderosa señal de reencuentro. Porque en esos momentos, así como hubo vileza y canalladas de hijos de perra, hubo bonhomía, valentía y misericordia en personas que, sin comulgar ideológicamente con las víctimas, eran capaces de arriesgarlo todo por principios fundamentales, como la defensa de la vida y la libertad.

Hoy, treinta y dos años después, de manera artera y cupular la traición intenta nuevamente posicionar la amnesia colectiva. Apelando a “clemencia para los victimarios” se olvida de las víctimas y busca postergar la verdad y la justicia. Imponiendo el secreto por cincuenta años a las declaraciones que las víctimas entregaron a la Comisión Valech. Convirtiendo su dolor en algo prohibido de difundir, para proteger la honra de los torturadores y su descendencia. La traición a los principios busca clausurar cínicamente una época de crímenes imprescriptibles, mediante una mascarada de sanciones, que hace impracticable la aplicación de las penas, dada la edad de los procesados.

Lo más doloroso es que esto lo impulsan personeros de una coalición de gobierno que llegó al poder, gracias a que miles de chilenos vivieron una vida entera de privaciones, renuncias, persecuciones y sacrificios. Es una maniobra que daña la convivencia porque la democracia recuperada no la ganaron esos senadores designados que pronto desaparecerán, ni los funcionarios que gracias al cuoteo ocuparon todos los espacios de representación popular. La democracia imperfecta que tenemos, se ganó en la Vicaría de la Solidaridad, en la Asamblea de la Civilidad, en las protestas, en las ollas comunes, en las poesías clandestinas, en las agrupaciones de artistas, poetas e intelectuales que desafiaban la voz oficial del dictador; en el canto protesta que emergía de las poblaciones, en los mártires quemados, degollados, en los jóvenes que patearon piedras por largas generaciones, en los cesantes, los exonerados políticos, los estigmatizados como apátridas, los que hasta el día de hoy no recuperan sus derechos ciudadanos, los que sufrieron consejos de guerra, los torturados, los desaparecidos, los ejecutados políticos.

A 32 años del golpe de Estado, con las evidencias de haber sido nuestro pueblo víctima de un gigantesco complot internacional, con la convicción ciudadana de que fuimos gobernados por un régimen que impuso el terrorismo de Estado favoreciendo el saqueo y el pillaje del patrimonio público, la amenaza de un punto final a los procesos judiciales en marcha mientras se olvida a las víctimas y sus debidas reparaciones, resulta impresentable ante la comunidad internacional y generará un quiebre profundo en la política chilena. Un antes y un después, que pondrá término a la política cupular que pretende esta maniobra y que, seguramente, llevará a un replanteo de las alianzas políticas futuras.

Lo que queda claro es que nadie podrá llevarse el progresismo para la casa ni podrá adjudicarse el derecho a clausurar la verdad dentro de un túnel.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

Lo felicito por su claridad. Es una burla que quieran cerrar los procesos dejando en la impunidad los crímenes.
Como madre y familiar de víctimas del golpe, el cual viví siendo muy niña,creo que como Ud. dice, hasta acá no más llegamos con Lagos y la Concertación.
!SEÑOR, CUÍDAME DE MIS MALOS AMIGOS, QUE DE MIS ENEMIGOS ME CUIDO SOLITA¡