martes, abril 18, 2023

ESPACIOS PARA UN CAMBIO MORAL Columna del 18 abril 2011


He  tenido la suerte de conocer América, desde México al sur, y siempre he  sostenido, quizá como un sueño esperanzador, que si se lograra coordinar  los movimientos ciudadanos, generando gobiernos honestos, erradicando  las prácticas corruptas, construyendo proyectos comunes -como podrían  serlo los corredores bioceánicos, las redes integradas de energía, el  turismo cultural regional o una gran economía rural comunitaria  orientada a las exportaciones- en definitiva, si actuásemos  participativamente, con una visión de continente, otro gallo cantaría en  nuestra situación social.

 
Pero, desafortunadamente, la realidad  muestra en el barrio el deterioro de las comunidades periféricas, en  gran medida, como consecuencia de grupos de poder que han manejado la  historia reciente y han asumido, sin capacidad contestataria, un modelo  de capitalismo salvaje. Obviamente, hemos vivido un ciclo liberal  extendido. El fenómeno global se ha expresado en el accionar planetario  de gigantescas organizaciones supranacionales que han colocado sus  enclaves en nuestros países.
 
 El contrapeso necesario debió ser  un Estado fuerte y probo, capaz de ejercer un control efectivo para que  esos conglomerados no abusaran y fueran un aporte a los países. Cuando  el Estado pierde o debilita su capacidad fiscalizadora, cuando la  corrupción corroe la institucionalidad, es casi inevitable que aparezcan  situaciones que afectan a la ciudadanía. Si no hay frenos al poder de  los grupos, el poder del dinero para conseguir sus objetivos termina  seduciendo a elites que, patéticamente, se inclinan ante el imperio del  individualismo y el lucro, olvidando vetustas utopías y allanando el  camino a los más turbios negocios, con sospechosas acciones de lobby, en  desmedro del medio ambiente, de los pueblos originarios y de su  cultura.
 
Se podrá decir que siempre la política tuvo cajas  negras y formas de clientelismo, pero la amenaza en este periodo de  globalización ha sido mayor, ya que se ha vivido no sólo la  privatización sino también la desnacionalización de las principales  fuentes de riqueza, que fueran generadas en el siglo pasado al alero de  un Estado locomotora del crecimiento económico.
 
Han sido las  grandes mayorías, en especial la clase media -integrada por todos  nosotros, hijos de obreros, de marinos, de oficinistas, de comerciantes  pequeños- la que va viendo depredada su calidad de vida, sufriendo la  brecha económica y pauperizándose, principalmente en materia de  espiritualidad y afectos.
 
El modelo neoliberal funcionó en  América, dictaduras mediante, masacres y desterrados mediante. El miedo  fue su base y eso se siente en Chile como una telaraña que inmoviliza.  La gente aún se aísla, pretende cuidarse y salvarse sola, desconfía del  vecino, desconfía del colega, cualquiera es un enemigo potencial. Y  todos viven a la defensiva, aprovechando la más mínima ventaja,  resignando valores, entrando en amoralidades profundas, que anulan el  remordimiento y la conciencia que lo produce. El miedo sigue siendo la  columna vertebral de nuestra sociedad.
 
El rango de lo posible,  la capacidad de maniobra, depende de cuántas personas se animen a  superar la abulia, el miedo, el individualismo, para unir esfuerzos y  generar espacios alternativos al estilo dominante. Me tocó trabajar en  diferentes países promoviendo los consorcios de exportación, las  cooperativas, las joint ventures y modernizando los sistemas aduaneros  de los países. Enfocando el tema de la internacionalización desde el  sitial y las capacidades de las empresas familiares, pequeñas y  medianas, para que ellas pudieran participar en algo de los flujos de  riqueza que produce el comercio internacional.
Muchos proyectos  modestos que he conocido, me han demostrado que efectivamente hay  opciones al individualismo imperante y que el asunto es tener la  convicción de las potencialidades del pueblo organizado, de la validez  de los usos y costumbres de las comunidades locales y de los pueblos  originarios, de la imperiosa necesidad de asociatividad y de la  capacidad de aporte que tienen las casas de estudios. Con estos  elementos en conjunción se puede emprender y generar riqueza,  construyendo empresa, compatibilizando esfuerzo y calidad, con  cooperación.
 
Desde otro punto de vista, para esta clase media,  aún consciente de su potencial, pero abúlica, resignada a la repetición  de ciclos tediosos de centralismo, plutocracia y doble estándar, el tema  actual es organizar a los consumidores, defenderse de los monopolios,  de los corruptos. Llegar a tener un mínimo control de las  administraciones locales, de los servicios mal concesionados, del  sistema financiero que esquilma a deudores pequeños. Creo que en esta  clase media está latente la necesidad de recuperar espacios de  confianza, de coordinación, aspirando a mejorar en algo el sistema de  mercado, rescatando visiones alternativas que no caben en la óptica  dominante.
 
Exagerando el optimismo, algo que podría sonar a  expresión de deseo. Noto una reacción entre los jóvenes, que va  ampliándose. Es un retorno a los estilos clásicos de familia unida por  compromisos sólidos, con gran acento en la responsabilidad por cambiar  por lo menos su microespacio, rescatando la amistad, reconstruyendo  confianzas, bajándole el tono al hedonismo, elevando la crítica a un  mundo de competencia salvaje que llega a la antropofagia, postulando si  no una revolución altisonante ni una consigna libertaria inconsistente,  sí un camino diferente para relacionarse en el terreno social y laboral.  Tratando más allá de las quejumbres, de implantar una propuesta  honesta, que permita combatir la corrupción como una aspiración  ciudadana, transversal, supra ideológica, para hacer más humano el mundo  en que les tocará crecer.
 
Hernán Narbona Véliz

Una mirada libre a nuestro entorno

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