Reflexiones frente a una potencial
catástrofe
Mucho se viene hablando de las consecuencias que podría tener sobre nuestro actual sistema de vida, la ocurrencia de riesgos que resulten incontrolables para la humanidad y el planeta. Desde nuestra dimensión de país del sur del mundo, abro alas para sobrevolar escenarios para el día después…
Catástrofes
naturales, terremotos, maremotos, tormentas solares, cambios en la
electrostática del planeta, recalentamiento del magma y una consecuente cadena
de erupciones volcánicas, fenómenos climáticos inusuales, deshielo de los polos
y hasta un posible cambio en los ejes de la tierra; la posibilidad de colapso
de los sistemas eléctricos, de los sistemas de comunicaciones; paralización de
cada elemento electrónico de nuestra vida cotidiana, aprender a vivir sin redes,
sin Internet ¿una pesadilla?
Sí, una
verdadera vuelta al Medioevo. A partir de allí, superar el shock y enfrentar la
necesidad de volver a reinventar la sociedad, superando el caos, el pánico
colectivo, la desaparición de Estados que sean capaces de imponer el orden y
conducir a un nuevo estilo de convivencia. Recuperar habilidades para poder
mantener comunicaciones, volver a formas murales de comunicación, retornar al
periodismo de papel roneo y de mimeógrafos, escribir de nuevo a la familia y
amigos esas viejas cartas que nobles carteros juramentados para cumplir su
misión llevaban a destino a como diera lugar; guardar los escritos que hoy son
instantáneos en cuadernos de papel.
Cuesta
sinceramente imaginar una vuelta atrás, almacenes en vez de malls, con un
abastecimiento de barrios, comunidades locales organizadas para procurarse los
servicios básicos. La radio local como nexo básico de la gente con su vecindad
volverá a ser lo único confiable. Lo importante frente a estos escenarios
terribles, es la organización de las personas, el necesario fin de los
egoísmos, evitar las tentaciones autoritarias o devaneos mesiánicos. En un
escenario de catástrofe, lo más importante es que la gente se una para
reimplantar la ayuda mutua, el compartir y declinar los egoísmos. Pero también
habrá que unirse para acciones de defensa colectiva, por el miedo a los desalmados que querrán
aprovecharse de la confusión para saquear y delinquir.
Es allí donde
preservar el orden público es fundamental y en esas circunstancias no se puede
ser débil y el poder policía del Estado debe imperar con uso de la fuerza
disuasiva. La ley marcial que se aplicó en el terremoto de 1906 en Valparaíso,
tendrá que ser recordada. Por lo tanto, en una situación de catástrofe se necesitará
de hombres y mujeres que sean capaces de asumir sus responsabilidades sociales,
no puede haber soluciones light o individualistas luego de una destrucción,
tiene que haber generosidad y mucho sacrificio.
El hedonismo,
ese afán de gozar a concho el aquí y ahora, deberá frenarse si se asume
situaciones de tragedia colectiva, si se trata de sobrevivir y renacer. Por eso
se habla de un nuevo estilo de relación entre las personas, por eso talvez todo
apunta al surgimiento de una cosmogonía diferente a los valores materialistas
que han movido a la sociedad por siglos. Ese rescate del trabajo, de la
solidaridad, del deber antes que el derecho, es un tema espiritual de fondo.
Me imagino a
mis hijos y nietos desplegando inventiva para generar electricidad, muchos
vecinos rotando para pedalear las bicicletas que con dínamos elementales puedan
generar energía, me imagino el reciclaje de las cosas, la reutilización de
todo, el encontrar destino a las excretas, desalar agua de mar, generar
economías básicas a escala humana, huertos orgánicos en las áreas verdes,
practicar quizás por largo tiempo el trueque solidario, sin perder el
conocimiento, sino reorientándolo a un mundo solidario, que no oculta
descubrimientos para el lucro de unos pocos. Esas energías no se perderán y
podrán abrir espacios a situaciones más justas de convivencia.
Cuidar el
conocimiento almacenado en el ciberespacio requerirá medidas precautorias,
cuidar los equipamientos o inventar otros, será la labor de las vanguardias
científicas de ese nuevo amanecer que habrá de vivir el mundo. Sin embargo, aun
creyendo en la solidaridad y las buenas intenciones de los individuos, mantener
vertebrado el territorio para que la nación supere las catástrofes es una gran
apuesta, un tema geopolítico sustantivo. El Estado debe velar por la seguridad,
tener fuerza disuasiva; deberá por ello erradicar los dogmas del neoliberalismo
para cambiar y quizás concentrarse en ser
locomotora del nuevo orden, con una visión nacionalista, sin poder
depender de mercados externos que podrían haber colapsado; dirigiendo
directamente las nuevas obras, sin escatimar en recursos, pensando que luego de
una catástrofe es necesario la sobrevivencia y ser débil pone al Estado en
situación de alto riesgo frente a las ambiciones de agentes externos.
Dentro de un
ordenamiento territorial, el Estado deberá reordenar su población para cubrir
su territorio, evitando que pueda ser tentador para otros entrar a ocupar
territorios que no hayan sufrido mayor deterioro por los eventos. La guerra
será una amenaza que debemos racionalizar en una estrategia post catástrofe.
Los recursos naturales, como el agua, la tierra, minerales, flora y fauna, deberán volver a propiedad del Estado
soberano. La vida en localidades a escala humana se podrá recuperar y lo hará
mucho más rápido que en las grandes urbes, donde existirán los mayores riesgos
de explosiones sociales o desplazamientos de población desprovista de todo, que
debe ser atendida en sus necesidades
mínimas. En ese orden de ideas, el traslado de gente a otras zonas seguras del
territorio debe ser decisión drástica en beneficio del bien común.
El sentido
liberaloide que ha puesto en tela de juicio el sentido de autoridad, hace
difícil concebir un escenario de post catástrofe donde la autoayuda sea la
regla y el que no trabaje no tenga nadie que pueda asistirlo. El hombre solo
quedará desprotegido, en cambio, si se une, organizado en su vecindad lo
fortalecerá y le hará superar lo dramático que pueda ser la situación vivida. Son
reflexiones que reflejan el sesgo profesional de estar formado en la gestión
pública o también por la experiencia de haber vivido y participado en
situaciones de emergencia con organización de comunidad.
Abrir la
conciencia a los desafíos de salvataje de un planeta generoso, al que hemos
conducido a su mayor crisis, dejándolo a merced de la codicia irrefrenable de
seres que endiosan el dinero y la tenencia de riquezas, será, Dios lo quiera,
el punto de inflexión para recuperar la Tierra en un espíritu de fraternidad de
hombres y mujeres laboriosos y de buena voluntad. Ese sería, de verdad, el
cambio de era.
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Una mirada libre a nuestro entorno
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