A media hora de cumplirse el medio siglo del golpe de Estado que fracturó el alma de Chile, el escenario es estremecedor, porque enfrentamos un país dividido, incapaz de defender la democracia y de repudiar en forma unánime el intervencionismo externo y el uso de la fuerza armada para imponer los intereses particulares de quienes buscan perpetuar un sistema estructuralmente injusto, excluyente y depredador de la vida humana y la Naturaleza.
Negarse a este concepto democrático básico es admitir el uso de las armas cuando ese sistema democrático no sirva a tales intereses, lo que nos deja en una situación de salvajismo, sin respeto a un orden social basado en la soberanía popular, a través del sufragio. Cuando el pueblo amenace a los privilegiados, bienvenida sean las tiranías. Es el sabor amargo que se percibe en este minuto, la falta de liderazgo, de principios claros intransables. El pueblo desde la sociedad civil se siente defraudado por sus representantes, que débiles, sin convicción, pragmáticos o inútiles, han dejado caer las aspiraciones populares, en una felonía cínica que deja desolado al pueblo sencillo. La desesperanza puede conducir a la anomia y la anarquía, que produce como reacción, dictaduras que se visten de democracia pero la niegan permanentemente, manteniendo una cosmovisión fascista que arrase con el sentido humanista de la convivencia en tolerancia y respeto mutuo. 50 años con un dolor profundo de ver retrocesos morales que comprueban que Chile muy poco ha aprendido en este medio siglo. El Nunca Más se hace improbable y un golpismo fascista, inminente.
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