Un denso hedor de muerte se extiende como estertores, alveolos ennegrecidos, evaporación de personas, historias y barriadas. Espíritus confundidos deambulan entre remolinos, buscando hogares que se han esfumado.
Como en un alto horno el tiempo ha caducado. Todo bulle, se investiga
un crimen incendiario, intencional y premeditado, querellas que se cursan pero
que no prosperan. Los propios damnificados persiguiendo a los incendiarios,
desprotección que se vivió en los primeros días de la catástrofe. Como en una avalancha
candente que avanzaba con vientos huracanados, las lenguas rojas borraron poblaciones
y naturaleza.
Evacuar, evacuar, pero cómo, si nunca hubo un simulacro,
nunca se previó tan dantesco escenario. Sirenas que se apagan, monstruos de
codicia elevando los precios de materiales de construcción. Cambia el foco,
viene un duelo oficial por un ex Presidente de oscuro pasado. Del incendio ya
no se habla. Es Chile, carajo, fueron 20 mil casas destruidas, más de
doscientos desaparecidos. Un duelo que no termina.
Se confunde el inicio de la vida con el bramido del
huracanado vendaval de la muerte. En los límites de la palabra, la oscuridad,
el laberinto de fuego crepitando como carcajada del averno. Cementerios de
autos calcinados, muerte transversal, terrorismo sin culpables, burócratas que
se lavan las manos, siempre la buitre codicia rastrera sobándose las manos con los
precios de mercado de los materiales de construcción indispensables. Nada
nuevo, es el modelo. Nadie propone reconstrucción cooperativa en autoconstrucción,
eso sería una herejía, el negocio es para las constructoras. Es el modelo.
Ecocidio y genocidio, crímenes de lesa humanidad, Un perro aúlla
y su alma destrozada huele el denso residuo de cenizas, donde poco antes estuvo
su hogar, los amos, los abuelos protectores, los niños esfumados para siempre.
No queda ningún verbo en el mosaico de cenizas, todo quedó
cual desierto gris. Nadie escapó al alarido rojo del viento encendido. Llueven
cenizas sobre la bahía, con una escoba, un viejo barre la vereda de lo que fue
su casa. Un dron se eleva y nos confunde ¿es el Olivar o es Gaza? ¿Hiroshima o Villa
Dulce? El sopor, la fiebre, el duelo. Espíritus desconcertados por sueños
calcinados.
¿Alguien con veleidosa garra lo hizo para imponer sus
intereses? La Bestia no descansa.
Sin embargo, la vida permea, pese a todo, el duelo va dando
paso a una recóndita esperanza. Como en un huso de temple y coraje se van
deshilachando las últimas lágrimas, mientras van cicatrizando las costras del
alma flagelada. Hay que volver a florecer de la nada. Se ha muerto tanto en
cada manzana, se ha muerto tanto por escaleras y quebradas. Hemos desaparecido
en la nada roja que miserables sembraron.
Sobrevivientes lo perdieron todo. Aparece el abrigo, alimentos,
las ollas comunes. Solidaridad y rezos los apañan, se escuchan mentiras
piadosas, “Somos almas en pena, hemos desaparecido”. Como una enciclopedia que
se va deshojando con el viento de fuego, desaparecen las historias. Es un
capítulo de odio y voracidad sobre la tierra. Frente a eso, la humanidad ecuménica,
los vértices de la compasión se arremolinan en las barriadas populares. El
tejido social reverbera Las almas desgajadas siguen sangrando tras una muerte
desnuda de epitafios. Circulan los espíritus sin comprender el zarpazo
fulminante, buscando errantes el camino a casa.
En medio de este Febrero fatal, hemos comprobado nuestra indefensión
y la falta de prevención que elimine oportunamente focos de riesgo. Es que el
Estado sigue siendo subsidiario, sin tener un cuerpo profesional de
funcionarios permanentes para afrontar medidas preventivas. Es el mercado el
que se ocupa de la extinción de incendios forestales para que hagan su negocio
en las “temporadas de incendios”.
¿Cuántas medidas de sentido común pudieron tomarse para generar
cortafuegos, desmalezados preventivos, simulacros de evacuación? Para eso no
hay plata. Para los incendios sí y cada año hay una temporada de incendios. El
Estado no se hace responsable. Es lo que rige nuestras relaciones como
sociedad., El Estado no es capaz siquiera de hacer talar áreas de bosques de
riesgo, como eucaliptus y pinos cerca de áreas pobladas, ya que prima el
derecho de propiedad. Es el modelo.
Tras siniestros dantescos, (el incendio de 11 cerros de
Valparaíso el 2014 significó 2900 casas destruidas, esta última catástrofe lo
supera en más de 6 veces) y luego de que realicen cadenas, teletones y campañas
solidarias, volveremos a lo mismo. A un escenario de individualismo y creciente
indefensión, donde la acción de las élites que mandan en Chile, sigue anclada a un modelo depredador donde las necesidades primarias del ser humano son
objeto de negocio. ¿Quién se acuerda del cooperativismo como solución a la
falta de viviendas? Seamos herejes.
Hernán
Narbona Véliz
Periodismo
Independiente
Corresponsal
de La Razón.cl
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