Las comidas y la política.
Comer juntos es un rito de la política criolla. Que se remonta quizás a los viejos clubes radicales, cuando una mesa bien regada permitía construir alianzas, fijar negocios, generar una red de favores que ayudaban a que “todos ganaran” a partir de ese rito de comer juntos. Los buenos chunchules, las parrilladas, el vino prestigioso, cimentaron, sin duda, importantes leyes republicanas. El régimen militar duró tanto, entre otras cosas, porque los milicos le tomaron el gustito también a la política regada y sazonada. “Comer juntos” es hoy un espacio delicado, que puede marcar la frontera entre buenas prácticas comunicacionales y corrupción.
Invitar a comer para solucionar problemas personales, para despedir a un funcionario o para reponer las confianzas, ha sido parte de la cultura organizacional en los ámbitos públicos y privados. Pareciera ser que comer juntos constituye un espacio personal que al compartirse permite empatizar, relaja la relación. Comiendo, pero talvez sin saber qué se saborea, hacer brindis orientados a la negociación, proclamar la amistad incondicional, cuando se espera, quizás, una noticia lapidaria.
Los manteles largos ofrecen tentadores espacios para los funcionarios no habituados a ellos, instalan una relación de pseudo amistad, donde los poderosos bajan de sus espacios dorados y rutinarios a compartir con personas de medio pelo, pero poderosas en materias que interesan. Entonces, el anfitrión se pone simpático, amigable, ladino. Invita a sitios exclusivos, moviliza al invitado en autos elegantes, les deja asomarse al boato de los sitios que están lejanos para los invitados, pero que podrían acercarse si algún favor se pudiera lograr de esta regada invitación.
El poder conlleva a estas prácticas peligrosas. Porque imperceptiblemente el funcionario comienza a aclimatarse a ese trato y se llega a asumir como algo natural. Favor con favor se paga. Las redes comienzan a darse en forma natural y la clase dirigente empresarial se va imbricando con los amigos del lado institucional, con representantes populares o servidores públicos que pierden el norte de su cometido y comienzan a ser funcionales a las peticiones o influencias de los “amigos privados”.
Estas prácticas se dan al filo de la ley. Conforman una suerte de antesala a las acciones impropias, donde se comienzan a relacionar de manera incorrecta los interlocutores públicos y privados, perjudicándose el bien común.
Las comidas también sirven para dar espaldarazos a líderes políticos, gremiales, académicos o empresariales. Es una forma común de agasajar a quien ha llegado al éxito o a quien se aleja de él. Corren las listas para adherir y compartir un frugal plato, que normalmente llega frío, y por el cual se ha pagado una suma importante. Estar allí es parte de las lealtades y del costo de pertenecer a ese mundo.
En definitiva, en las culinarias prácticas del poder, quienes ganan son los establecimientos que cubren estos eventos “fraternales”, ofreciendo los platos clásicos o sofisticados, para satisfacer el paladar de contertulios, correligionarios, compañeros, camaradas, colegas o amigos.
En esas instancias suelen olvidarse algunos principios, por lo que es más recomendable tratar esos asuntos con agua mineral y en horario de desayuno.
03/11/06
Una mirada libre a nuestro entorno
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