Hoy a las 6 de la tarde pasaba a
buscar a Rosy a casa de una amiga que vive justo allí en la Plaza Victoria. Hoy
se cumplían dos meses del inicio de la explosión social y, mientras la Cámara
de Diputados se negaba a que exista paridad de género y cupo especial para los
pueblos originarios, en la calle se presionaba frente a esas tratativas
excluyentes, que parecen no haber escuchado el clamor popular ni los más de dos
millones de personas que votaron en la
consulta municipal, en 225 comunas, exigiendo una Asamblea Constituyente, libre
y soberana, con paridad de género y cupo reservado para representantes de los
pueblos originarios.
Cuando llegué a la plaza Victoria
entré a la zona cero y el olor a lacrimógenas llenaba el aire. Bajé sobrecorriendo de una micro y logré entrar
al edificio, mientras crecía la cantidad de personas ganando el espacio de la
plaza y el frontis de la Catedral. Por Pedro Montt las fuerzas especiales gaseaban
a discreción toda esa zona cero. Esperamos un rato en el departamento de
nuestra amiga, pero decidimos salir y cruzar esa primera línea, donde la
policía desplegaba dos zorrillos y dos guanacos. Los capucha y el infaltable
perro Matapacos ocupaban la esquina y devolvían a los pacos las lacrimógenas que
ellos disparaban o tiraban con la mano.
Decidimos despedirnos y buscar como
fuera, un camino a casa. Salimos a Independencia y nos cubrimos las narices con
mascarilla y pañuelos, caminando hacia las Heras y pasando frente a Falabella.
Los ojos lloraban, la cara picaba. Antes de llegar a la esquina de Las Heras un
auto tenía las puertas abiertas y la mujer que manejaba se bajó porque, al
parecer su hijo, estaba afectado por los gases. Un par de voluntarios entró al
auto y la ayudaron. Fue en es momento que, una jovencita quinceañera, se nos
acerca y ofrece ayudarnos. Nosotros íbamos del brazo y tapándonos la nariz.
Entonces la chica nos dice que descubramos los rostros, que me saque los
lentes, y con un frasco con rociador nos mojó la cara y los ojos con agua con
bicarbonato, mojando también la mascarilla de Rosy y el pañuelo de papel que
estaba usando. Sentimos gran alivio inmediato, pero también una gran emoción y
le agradecimos a la voluntaria, que
siguió apoyando a quienes se notaba afligidos por los gases. En ese mismo
momento, un grupo de jóvenes con cascos pasó hacia la zona de choque con las
fuerzas especiales, eran del Instituto Nacional de Derechos Humanos; Rosy se
acercó y los felicitó, gracias muchachos, son unos valientes.
En ese momento, apreciamos, ya
más relajados, que mucha gente transitaba por las veredas, casi todos hacia
Avenida Francia, para tomar alguna locomoción hacia el cerro por Avenida
Alemania. Fue justo en la vereda de Avenida Francia, entre Independencia y
Colón, que vimos un árbol navideño muy especial. Era una estructura de alambres
con la forma de un pino, pero, en vez de adornos y luces, estaba lleno de
mensajes en cartulinas de colores que colgaban con decenas de mensajes de la
estructura. Un árbol ciudadano con sueños de un Chile más justo. Allí pude leer
deseos de la gente, a dos meses de que Chile Despertó. Algunos que recuerdo
decían No Más SENAME; No Más AFP; Que se vaya, pero preso; Menos Armas Más
Libros; Justicia; Asamblea Constituyente. Esta será una Navidad popular y
solidaria, que se frieguen los malls, nosotros nos quedamos en el barrio.
Espontáneamente va surgiendo la
energía vital de Chile. Recordamos con mi compañera cuando marchábamos con
nuestros hijos niños todavía, para recuperar la democracia. Después del 90
siempre dijimos que lo peor fue la traición de los que creíamos compañeros de
ruta y que se vendieron al dios dinero y hasta hoy siguen defendiendo sus
parcelas de poder. Rosy siempre ha dicho que esos miserables nos robaron la
esperanza. Pero, en estos dos meses, en esos jóvenes que pueden ser nuestros
nietos, se ha logrado recuperar la esperanza, ya no nos sentimos como
francotiradores, luchando contra molinos de viento.
Ahora, asumiendo que no podríamos
estar en primera línea, seguimos en permanente apoyo a una causa libertaria que
ha quedado a cargo de jóvenes y chicas adolescentes que están recogiendo
heridos, que están ayudando espiritualmente para que el movimiento no
desfallezca. Le dimos gracias esta tarde a los hijos de nuestros hijos, que
están invirtiendo la energía de sus sueños juveniles para devolver un país más
humano a los abuelos que han sido abusados por las pensiones de hambre; a los
padres, frustrados y endeudados porque el chorreo fue una mentira más y están
hoy más pobres que nunca antes.
Esta tarde se cumplían 2 meses y
Valparaíso está curando sus heridas, se está uniendo como un gran gigante
dormido para tumbar los pivotes del egoísmo que nos ha sometido por décadas y,
como dice Baradit, por siglos. Esta tarde, con mi compañera, cruzando la
primera línea, sin miedo, apoyados por voluntarios que están en esa retaguardia
inmediata de primeros auxilios y sentimos, en el fondo del corazón, que la dignidad
sí se está haciendo costumbre y no se perderá nunca más.
Hernán Narbona, Periodismo Independiente, 18 de diciembre de
2019.
Una mirada libre a nuestro entorno
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