El valor de la Gratuidad en la convivencia.
¿Qué
podemos dar a los demás? ¿Qué podemos hacer por los demás?
La gratuidad es un valor o un principio
difícil de explicar y aplicar en nuestra realidad.
“El hombre que ha perdido tal
sentido de la gratuidad, pronto o tarde se vuelve un decepcionado, un
desesperado o un explotador de sus hermanos y acaparador de la creación. El
hombre que se constituye en centro absoluto es visceralmente dominador,
propietario y homicida. Puesto que su origen, su reposo interior y su esperanza
ya no radican en Dios, en la gratuidad del amor creador, se ve obligado a
«hacerse» a sí mismo solo, a pulso. Se siente frágil. Tiene miedo. Y
enmascarará el miedo y la fragilidad poseyendo, dominando o excluyendo a los
demás” Del libro “Francisco de Asís, testigo de la
gratuidad de Dios”, Michel Hubaut, teólogo franciscano.
En Chile, tras el colapso social de décadas
durísimas, durante las cuales se
rompieron las confianzas y las bases solidarias de la convivencia,
quedaron perdidas en los hoy abuelos, esas
imágenes de infancia, que inculcaban la gratuidad. Épocas en que la buena
vecindad se expresaba en invitaciones sinceras para compartir con modestia una
taza de té, un pan con mantequilla, o repartir frutas a los niños del barrio en
una actitud básica de amistad.
El saber dar, la generosidad, estaba
fundada en usos y costumbres no contractuales, que animaban el espíritu de los
barrios, eran la expresión de afectividad en las relaciones humanas. De
nuestras raíces prehispánicas se debe reconocer estilos de convivencia en
comunidad, donde la cooperación era la regla. La minga chilota, el
cooperativismo, hoy por mi mañana por ti, el malón para organizar una fiesta,
eran costumbres que es preciso recuperar y difundir para que la sociedad de
consumo pueda ser corregida con un sesgo solidario, algo que marque una
diferencia con el capitalismo salvaje e individualista.
La conciencia de haber conocido ese país en
el que se practicaban actitudes de mano extendida, de desprendimiento
cotidiano, nos debe animar a reeducarnos en la gratuidad, en la actitud de dar
sin esperar una retribución. La gratuidad no necesitaba explicaciones, era una
forma de vida en donde las acciones de voluntariado, de apoyo mutuo, eran la
savia humanista de una convivencia basada en la confianza, lo que propiciaba
formas inapreciables de ayuda mutua.
¿Cómo podemos frenar el modelo neoliberal
si estamos entrampados en nuestro propio egoísmo?
“Vamos a mi casa, comparte mi mesa como en
otros tiempos. Cuelga tus temores, saca tu paciencia ,luego, conversemos. Mi
vino es casero, cálido y discreto puente entre glaciares” (Del poema Reconciliación,
libro Miedo al Miedo, 1983).
Cuando estamos viviendo el shock de haber
sido derrotados en un proceso constituyente que postulaba un Estado Social de
Derecho con una convivencia más solidaria y equitativa para toda la sociedad,
la reflexión termina apuntando a esta causa profunda, el individualismo que nos
empapa e impide reconstruir una mirada colectiva de ayuda mutua, de
cooperación.
Necesariamente debemos remontarnos a 1973. El
choque emocional que produjo la represión, tortura, desapariciones, exilio, el
soplonaje, la intervención de las juntas vecinales por vecinos encomendados
para informar a la autoridad sobre lo que pasaba en el barrio, la destrucción
de los sindicatos, el paralelismo sindical, fueron golpes secos y profundos a
los sentimientos de comunidad, que habían animado los barrios durante las
épocas republicanas. Si recordamos como los vecinos protegieron durante la Ley
Maldita de González Videla, a Pablo Neruda, allí a la salida del ascensor del
Cerro Lecheros, podremos imaginar los estilos sociales que tuvo el Valparaíso
de otrora.
Todo eso se fracturó con el quiebre del año
1973. Veleidades, mezquindades, deslealtades, complicidad, rompieron la
convivencia de puertas abiertas. Luego vinieron las crisis económicas, la
cesantía, el miedo inundando la vida diaria. Cambió el alma de Chile, como lo
dijera el Cardenal Silva Henríquez. Brotaron en medio de este proceso actitudes
heroicas que algún día rescatará la historia, pero también acciones deleznables,
que llevaron a la ruptura de ese Chile de confianzas, amical, abierto al
forastero, siempre dispuesto a compartir.
A partir de la imposición del sálvese quien pueda, el consumo se fue convirtiendo en una práctica que estableció símbolos de pertenencia social. Es así como se ha promovido el individualismo, la tenencia de bienes, lo cual ha llegado a ser un elemento clave de identidad y clasificación social, sobre todo para los sectores menos ilustrados de la sociedad. En términos de síntesis, se ha impreso a fuego un estilo salvaje de convivencia, que ha provocado en Chile que el dinero sea el recurso más apreciado y en torno al cual se organiza la convivencia, con la búsqueda de retribución material para todo lo que se pueda ofertar. En la política se perdió la utopía y primó el pragmatismo y ganar elecciones depende hoy del dinero que se coloque en las campañas; los voluntariados escasean, los que reparten propaganda o hacen rayados son grupos que trabajan para quien les pague, no existen voluntarios idealistas.
La caridad se ha convertido en un
instrumento para optimizar las ganancias corporativas y obtener rebajas
objetivas en la tributación de las empresas donantes. El sistema utiliza esas campañas
como la Teletón, para suplir con acciones privadas lo que era la gratuidad
asistencial que el Estado aseguraba para los sectores populares. Cuando se
insertan los criterios de las finanzas privadas en el ámbito de lo público, la
gestión asistencial del Estado aparece cruzada por indicadores de rentabilidad
económica y financiera, que llevan a que toda la acción asistencial del Estado,
en educación, seguridad social, vivienda y salud, sean consideradas
oportunidades de negocios, con todos los derechos sociales básicos
mercantilizados, como servicios entregados al usuario en función de su
capacidad de pago.
En el diseño de la políticas públicas no se
incorpora el plus que significaría disponer de participación ciudadana, de acciones de
voluntariado, con acciones generadas a partir de la propia comunidad
organizada. Se teme a todo lo que suene a comunidad organizada. Demos como
ejemplo, el hecho de que se licite a inmobiliarias contratistas privados la
construcción de viviendas sociales, sin que se considere ni el cooperativismo
ni el trabajo voluntario de los interesados como aporte a las obras y forma de
asegurar que no se robe materiales durante la construcción. Antiguamente, las
políticas de CORVI y SERVIU eran construir con participación de los pobladores
y los resultados de calidad de la vivienda y barrios de entonces, siguen a la vista.
¿Queda algo gratis en nuestra sociedad?
Esta inquietud que planteo no se refiere sólo a nuestra realidad. El proceso de globalización económica nos enfrenta a una realidad de concentración económica, en donde las corporaciones se desinteresan totalmente por los efectos sociales que sobre las naciones y la naturaleza tiene su accionar que apunta sólo al lucro. El libro ”Economía de Comunión: Propuesta y Reflexiones para una Cultura del Dar" editado por Luigino Bruni, economista italiano, plantea, desde el pensamiento cristiano, los objetivos de una nueva tendencia de pensamiento económico conocida como el Movimiento Focolares (Focolares Movement). La visión del Movimiento es la de una fraternidad universal, en la cual los humanos en todo el mundo se comporten en hermandad esperando crear un mundo más unido. Desafortunadamente, estos planteamientos hacia la colaboración han ido perdiendo espacio por la imposición del miedo, que impide reconstruir el tejido social, toda vez que las fuerzas políticas que supuestamente debieran actuar en pro del ideario colectivo, terminan en el juego descarnado de la política contaminada por los intereses corporativos supranacionales.
En Chile, donde los tecnócratas parecen
estructurados en las bases conceptuales del modelo heredado, sin luces para
imprimir cambios cualitativos, es necesario volver a principios como el de la
gratuidad, volver a entregar lo que cada cual puede aportar, sin esperar que se
le tase su aporte en dinero, sino dejándolo en la mesa, generosamente, para
provocar un cambio de actitud.
Se trata de sembrar gotitas de gratuidad en
el desierto del egoísmo despiadado de la patria financiera, para provocar gradualmente
un cambio hacia acciones cooperativas, de confianza mutua, donde se deje fuera
a los oportunistas que nunca faltan, para disfrutar de gestos de humanidad,
construyendo juntos, comprando juntos, recuperando los espacios públicos, defendiéndonos
juntos de la delincuencia que nos rodea. En fin, desconcertando al sistema. Practicando
la gratuidad y la cooperación generosa, donde se pueda.
Hernán
Narbona Véliz, Corresponsal en Valparaíso Diario La Razón.cl, 09.10.2022.
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