El derecho a preservar el
patrimonio intangible
Las ciudades, los
barrios, los pueblos, no son sus calles, sus construcciones, sino las personas,
la comunidad que vive en ellas, las familias que van generando un paisaje
humano, donde los vecinos se reconocen, se entrelazan, comparten en un
colectivo sus escuelas, sus juntas vecinales, sus clubes deportivos, los
afectos de la buena vecindad. Los niños se amistan, crecen en redes de apoyo
naturales, hay cuidado de los mayores, colaboración y buen trato. Es el barrio,
en su esencia, sus aromas, sus dramones, sus chismes, sus chistes, sus
anécdotas, sus funerales y sus llantos.
La humanidad se
construye de manera gregaria, sirviendo, ayudando, siendo gentiles, saludando,
sonriendo, en definitiva, como seres interdependientes que compartimos una
ciudad y tenemos derecho a preservarla, a cuidar sus rincones, porque son parte
de todos, porque son pinceladas de miles de destinos que forman un mosaico
imaginario, todos como parte de los otros, de ese hombre o mujer, niños o
ancianos, que transitan, viven o simplemente visitan nuestro gran hogar.
Si hablásemos de
poder, tendríamos que precisar que la gente es soberana de su tierra,
protagonista de su espacio, propietaria natural de todos los lugares comunes,
las calles, las arboledas, las veredas, las mascotas, la vista al mar. Como
soberanos nos damos un gobierno comunal, elegimos Alcalde y Concejales. Ellos
son mandatados por esta vecindad y se deben a ella. Si esos representantes
traicionan su mandato y, en vez de defender a su pueblo, se venden a intereses privados,
que vienen a pisotear nuestra comunidad en función de su codicia, debemos
expulsarlos del municipio para siempre, por ser depredadores de la confianza y
la ética pública. Si funcionarios de un municipio aceptaron coimas para
favorecer intereses particulares que van en contra del bien común, deben ser
sumariados y sancionados por sus graves faltas. Si un Alcalde ciudadano no
aplica todo el peso de la normativa en defensa de la ciudad, faltaría a su
deber funcionario.
Hacer ver a las
empresas constructoras que la ciudad es algo vivo, con espíritu y esencia
cultural, es decirles: adáptense a lo que queremos que se construya, rompan sus
modelos de negocios invasivos y demoledores de la integridad urbanística de la
ciudad y diseñen la vivienda que se adapte y sea armónica con la arcada. Como
Municipio se puede favorecer la generación de proyectos cooperativos, que se
integren a un Plan Maestro de largo plazo, elaborado con presencia de los
ciudadanos, las universidades que quieran aportar con rigurosidad, los colegios
profesionales, las Juntas Vecinales empoderadas. Puede haber una sintonía fina
entre lo que la ciudad define y los agentes inmobiliarios y ello pasa por
equilibrar la negociación, con transparencia, coordinación leal al interior del
Estado, con racionalidad y recursos que permitan llevar adelante las obras de
infraestructura, reconstrucción y mejoramiento que la ciudad necesita.
Valparaíso se
incendió dos veces. Se propuso un cambio de fondo, pero el modelo mantuvo todo
amarrado. Cambiar esto, parte por el diálogo entre vecinos, en cabildos que
sean movilizadores y no montajes mediáticos. El modelo implantó las recetas
tradicionales, subsidios que llenan los bolsillos de las inmobiliarias y cero
atención a la demanda del colectivo, con el resultado de una cruel imposición
de adefesios, torres inviables, que se venden como segunda vivienda a personas
que nunca han vivido en Valparaíso, sin respetar las genuinas aspiraciones de
los porteños a viviendas a escala humana, donde se tenga agua, alcantarillado y
luz, donde los vecinos recuperen su tejido social y su soberanía patrimonial,
como dueños querendones de esta ciudad maravillosa.
Hernán
Narbona Véliz, Periodismo Independiente, 06 de octubre 2017.
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