La vigencia de Jesús

La vigencia de Jesús

Cuando se recuerda el sacrificio de Jesús, en Semana Santa, en medio de nuestra sociedad de consumo, esta festividad religiosa se desdibuja inmersa en una oferta atosigante de múltiples opciones para la recreación, el disfrute personal o familiar. Es el momento de comer frutos del mar, de escapar a las playas, de descansar. ¿Quién recuerda el fondo de lo que significa esta conmemoración?

Cuando la propia Iglesia Católica parece retroceder hacia ritos más conservadores, que la alejan de la realidad del hombre, volviendo a las misas en latín, tratando de borrar la teología de la liberación, sin denunciar categóricamente el materialismo perverso que implica el modelo neoliberal en nuestras sociedades, una Semana Santa desde las barriadas de América Latina muestra una enorme brecha entre lo que Cristo plasmó en su sacrificio y lo que se observa en los signos de los tiempos que corren.

El hedonismo, la búsqueda individualista del placer, el relativismo moral, la liviandad para tratar los afectos, la falta de compromiso con la verdad y con los valores del humanismo, son tendencias que cruzan la vida contemporánea, con evidencias visibles de deterioro en materia de ética pública y privada.

Si la religión es un marco de normas para encauzar la conducta de las personas, cuando ella se diluye en decisiones que tienen que ver sólo con lo material, se va presentando esta sensación de decaimiento moral en la sociedad.

El individualismo, el consumismo, el intento de vivir el aquí y ahora sin compromisos con las generaciones futuras, son todas señales de una profunda pérdida de conciencia en la sociedad, que va llevando al aislamiento, a la falta de presencia de líderes íntegros que aglutinen una propuesta de ese cambio interior imprescindible, que pueda repercutir en el todo de una comunidad.

La certeza común de que los caminos cortos son beneficiosos para atesorar cosas, llevan a las personas a buscar el facilismo, a aceptar las corruptelas como parte del juego, admitir como normales las conductas impropias, actuar evitando los problemas antes que enfrentándolos. Quedamos al final, amurallando nuestros metros cuadrados sin mirar ni sensibilizarnos por lo que le ocurra al prójimo, en una suerte de carrera desbocada por el tener y el atesorar bienes materiales, olvidando la virtud, descartando todo aquello que duela, que estorbe para el placer, único sino de la vida contemporánea y moderna.

¿Cómo se debe sentir Jesús frente a esta actitud de los hombres?

¡Cuantos dolores agregamos a diario a la pasión de Cristo! Si Él mira hoy nuestra realidad se dará cuenta, con amplificado dolor de Padre, que los mercaderes hoy se apropiaron de los templos, que el vellocino de oro es venerado por las grandes mayorías, que hombres y mujeres son esclavos de su propio materialismo, que acarrean deudas, que viven el día a día, que escapan, que han olvidado el mandamiento único y primero del amor.

Si los hombres estamos en la farándula, manejados por las lógicas imperiales del pan y el circo, alienados en un destino que no somos capaces de construir con esfuerzo solidario, siendo cada quien el peor cuchillo de nuestros semejantes, a la defensiva, sin saber entregar y sin saber agradecer lo que recibimos, nos podremos dar cuenta de cuanto se ha alejado nuestra sociedad de los principios que nos regaló Jesucristo a través de su sacrificio.

En Semana Santa, una etapa que antes unía a las familias y a los barrios en un sincero recogimiento, tratar de levantar una voz por el trasfondo del mensaje universal de Jesús, es una inmensa necesidad social. Si las personas pudiéramos entregarnos la Paz de Cristo no solamente en la Iglesia, sino en la vida cotidiana, podríamos, talvez, redescubrir la esperanza de la confianza en las comunidades, en el otro, en el distinto, capaces de sumarnos en la creación de espacios más humanos, menos egoístas, donde se pueda compartir sin cálculos monetarios, la palabra, el pan y el vino.

Si siguiéramos el mensaje de Jesús, todos nuestros problemas como sociedad se harían, seguramente, más manejables. Si conjugásemos el nosotros y dejásemos de lado el individualismo que hoy socava el alma de nuestras comunidades, estaríamos rescatando la esencia de su mensaje permanente.

05 de abril de 2007




Una mirada libre a nuestro entorno