martes, noviembre 05, 2019

No caer en la trampa de la violencia


Esta crónica busca generar conversaciones sobre el fondo de lo que está ocurriendo en Chile, tratando de explorar la emotividad que convulsiona Chile y que rebasa fronteras con sentimientos avasallantes.

Expresar qué estamos sintiendo y por qué. Creo que la gente ya está harta de descripciones racionales o de categorías académicas o pseudo intelectuales que acotan la realidad a cápsulas y que llevan siempre una intencionalidad, el sesgo de la especialidad del analista o la política editorial del medio.
Por eso, quiero aportar, humildemente lo que siento detrás de todos los hechos, de miles de situaciones dramáticas que han sacado lo mejor y peor de las personas y nos reflejan como una sociedad enferma de brutalidad policial y vandálica, de resentimiento, de rebeldía frente a la opresión, de bronca acumulada, de codicia y soberbia, de sueños y esperanzas.

Los vándalos son una masa informe que es fruto de la sociedad desigual, cruel e indolente que hemos construido. Recuerdo que en los noventa escribí un ensayo sobre la responsabilidad de mi generación en la formación de los hijos, personas nacidas la gran mayoría en los 80 y que crecieron en el seno de parejas que, en medio de la sociedad de consumo, comenzaron a correr por separado sus propias carreras, dedicando su mayor esfuerzo a ese “desarrollo personal”. Ser candil de la calle y oscuridad de tu casa, pareció ser el mejor refrán para describir lo que se vivió en los noventa, en medio del espejismo del confort material, el consumismo, la desmovilización social y un arribismo creciente, que impulsaba a las personas a una competencia despiadada, donde llegar, pertenecer, tener éxito, era sinónimo de tenencia de bienes.

En ese clima, es verdad que en lo material Chile prosperó, pero el costo fue elevadísimo y se plasmó en disoluciones matrimoniales, debilidad en los afectos, despreocupación por los hijos, volatilidad de las relaciones amorosas, hedonismo, formación de guetos con distintas motivaciones, video juegos, hobbies; y un “presentismo” que es la idea obsesiva de vivir el aquí y ahora, queriendo todo para ahora, sin propósitos de largo plazo. Estas tendencias provocaron en los chilenos un alejamiento de los colectivos, de los colegios profesionales, de los sindicatos o de los gremios. En el plano de familia, significó el sacrificio de la conjunción de pareja, el clásico ser el uno para el otro, el pensar en nosotros, por la prioridad del yo como una constante, en una dinámica que formó seres individualistas, descreídos de todo, encarnando en su vida escolar, familiar, de barrio o de trabajo, un sentimiento de competencia salvaje. El sentido de familia se alejó del matrimonio heterosexual e incorporó conceptos abiertos, como la unión de vida en pareja. Este cambio cultural significó que en el debate político se incorporaran las demandas de las minorías homosexuales y el feminismo, dándole al modelo un estilo más liberal en estas materias que se llamaron valóricas, pero sin tocar lo estructural de ninguna manera.

La globalización trocó el antiguo materialismo dialéctico de los viejos revolucionarios por el materialismo neoliberal que procuraba el éxito mediante el win-less -ganador-perdedor -, que se caricaturizó en la expresión “y éste a quién le ganó”, lo que evidenciaba una actitud de vida depredadora de los semejantes; premiando la audacia, la lucha constante, donde la colaboración o la asociatividad era para los débiles, para aquellos que no se la podían solos. Cundió un arribismo irracional por incorporarse al club de los pudientes, copiar estilos de vida ajenos, olvidarse de formar a los hijos como personas, transfiriendo a la educación pagada el trabajo formativo, obviamente sin lograrlo, porque lo que no se entrega en el hogar no se compra en el mercado. Demás está decir que la globalización y la tecnología disponible fue generando brechas cognitivas en la sociedad, los que lograban estar en lo global y los marginados que miraban la fiesta del consumo desde fuera. Se fue, así, acrecentando la diferencia, la desigualdad en la cuna, la educación pre-básica, hasta la educación superior, el acceso a empleos de más o menos categoría. Huelga decir lo tantas veces dicho, respecto a la responsabilidad política de quienes se sumaron al modelo y profitaron de él, porque lo que interesa es cómo cambió el chileno medio, en sus expectativas y prioridades; también es ocioso indicar que las instituciones que pudieron brindar soporte espiritual, como la Iglesia, fueron alejándose de las comunidades, corrompidas en sus propios vicios, la pederastia, la codicia y el afán de lucro, que distorsionó su misión social. La orfandad de la generación de los noventa frente a los desvalores que enmarcaban su entorno, ha llevado a la generación milenial, los hijos debutantes de un siglo XXI, jóvenes maltratados o malcriados sin límites, exigiendo siempre, sin respetar a sus padres por haber sido ausentes o complacientes. 

Una generación que está en la calle y que refleja todas la variables formativas y sociales vividas en los últimos veinte años. Creo que asumir la forma cruel como el sistema ha impactado en el plano emocional en Chile significa lograr empatía para entender lo que ocurre detrás del desquicio destructivo de turbas juveniles, cuánto hay de maldad dirigida en ello y cuánta responsabilidad nacional al ver el producto de omisiones, de dejar que la droga se tomara los barrios, al no haber sido capaces de exigirle a nuestros políticos actuar en función del bien común. Responsabilidad también para todos los que compraron la abstención electoral, se marginaron y dejaron hacer a un grupúsculo que maneja Chile, desde la política y la economía. Reconozcamos en las turbas, niños abusados de SENAME a los cuales nunca se abrió una ventana para un trato afectivo y han sido víctimas de una crueldad sistemática, que ha sido constante durante los 30 años de pseudo democracia.

La explosión social que hemos vivido en estas dos últimas semanas, tiene el antecedente de las movilizaciones de secundarios del 2005, de las protestas universitarias del 2011 y ahora estallan el 2019, a partir de la protesta valiente de secundarios conscientes que, en forma audaz saltaron los torniquetes y llamaron a evadir el pasaje del Metro, por un alza de tarifas de 30 pesos; fue la gota que rebasó el vaso, como una represa que se ha roto arrasando todo a su paso. Pero las fisuras que anunciaban esta convulsión estuvieron visibilizadas en esas etapas mencionadas y la respuesta del sistema, con responsabilidad de toda la clase política y los grupos empresariales, fue dilatar, hacer cosmética, dividir para reinar, sin que jamás se tocara los pilares absolutistas del neoliberalismo: el sistema previsional que le da oxígeno financiero a los grupos económicos; la banca y el retail concentrando poder con tasas de usura; el Estado Subsidiario, mutilado y con camisa de fuerza para poder regular el mercado o fiscalizar; la mercantilización de todas las necesidades básicas; la profundización de  un modelo extractivo, descontrolado y exfoliador de nuestros recursos forestales, mineros, pesqueros; son todos elementos archi conocidos y ahora estamos en una crisis terminal del modelo, tal como fuera concebido y administrado. Cuando recién partía la movilización irrumpió la violencia, de origen desconocido que se investiga, que incendió en forma simultánea más 30 estaciones del Metro y el centro de Valparaíso, en un accionar delictual que no corresponde, por sentido común, a una acción de adolescentes sino de avezados delincuentes, cuestión que talvez algún día se logre conocer.

El descreimiento frente a la institucionalidad es el efecto de 30 años de abuso, mentiras y manipulación mediática. Eso es lo que se vino abajo con la ira de los chilenos hastiados. La estafa gatopardista todos los gobiernos desde los 90,  ha tocado fondo, pero está en la sociedad civil, en la asamblea de la civilidad, unión social o fuerza social, el deber de conducir las negociaciones con los poderes del Estado, para que no se llegue a otro gobierno de facto, sino que se profundice una democracia real, gestada desde la base social por primera vez.

Repito, el modelo está tocando fondo, respecto a Salud, Educación, endeudamiento de los trabajadores, precariedad laboral y, en medio de esta explosión de  ira y el terror asociado con que se quiere extorsionar a la gran mayoría, es urgente y necesario mantener el protagonismo de la unión social, colocando el objetivo que une como prioridad: generar una nueva constitución, pero, paralelamente,  exigir a los poderes del Estado medidas profundas que signifiquen hacer tributar al 1% dueño de este país, eliminando los pilares de capitalismo salvaje y concentrador, yendo a un sistema de reparto en lo previsional, tal como lo han tenido las fuerzas de la Defensa, caminando razonablemente a una economía mixta en la que sea el Estado el factor que dirija un desarrollo económico a escala humana y sustentable, con concurrencia del sector empresarial, pero sin abusos , privilegios ni corrupción a las instituciones del Estado.

Aislemos como nación a ese sector tenebroso que se ha infiltrado en las marchas ciudadanas y que sirve para justificar la represión al movimiento social y criminalizarlo. Quedémonos con las frases que salieron del corazón de multitudes y también de la rabia acumulada, pero démosle un sentido de unidad porque estamos haciendo historia y el planeta lo siente: “Chile Despertó”, “Los sueños son a prueba de balas, venceremos”, “No estamos en guerra”, “No somos enemigos”.


Hernán Narbona Véliz, Periodismo Independiente 05. Noviembre.2019



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