miércoles, enero 02, 2008

El Adiós a Julio Martínez, el inmenso comunicador social


Cruzó la meta de llegar al 2008 y entonces partió. Don Julio Martínez Pradanos dejó esta dimensión terrena. Su gran inteligencia le permitió lucidez hasta el último momento, cuando se quedó en el sueño.

Marcó un estilo de periodismo deportivo que se hizo célebre a partir de aquellos relatos del Mundial del 62. Un hombre especial, chapado a la antigua, obsesivo en su relación con su madre y afortunado en la gran esposa que lo acompañó toda la vida. La televisión, su canal 13, le permitieron cruzar el siglo XX y posicionar su palabra en las nuevas generaciones.

La radio y la televisión le permitieron dejar siempre ese mensaje humano. Comentar de todas la cosas que forman parte de la vida del hombre y mujer, niños y niñas, vocativos con los que siempre abría sus tertulias radiales. Cuando escribí mis libros de poesía, por allá por los ochenta, se los envié a su programa radial y recuerdo que les dedicó un largo espacio, leyó los poemas que le gustaron más y me dio ese espaldarazo que un joven necesita para crecer. Así era Julito Martínez, cercano, afectuoso, agudo, un inmenso comunicador social.

En su homenaje escribí el artículo Hombres de dos siglos, que salió publicado el año 2003.

Julio Martínez y los hombres de dos siglos

Hace algunas décadas, aunque ahora parezcan siglos




Hernán Narbona Véliz
Este columna fue escrita casi cinco años atrás, pero vale la pena reeditarla como homenaje al periodista deportivo que marcó una época


EN UNA SIMPÁTICA broma, mis hijos me han achacado el síndrome del “mundial del 62”, comparándome con el querido periodista Julio Martínez, y todo por un par de artículos que he escrito remontándome a las lecciones de las abuelas y a los tiempos en que el año 2000 era un futuro lejano. Porque para quienes jugamos a las bolitas, al trompo, a la Troya y a la escondida con las vecinas del barrio, el año dos mil era esotérico, algo para lo cual había que prepararse portándose muy bien, ya que era el preámbulo de nuevos tiempos.

Por eso se me ocurrió dejar aclarado en esta crónica el espíritu que trasunta enhebrar la visión de futuro con lo que fueran las épocas en que aprendimos de democracia en torno a la mesa familiar, donde llegaba el tío radical, director de escuela; el carabinero del retén de la cuadra; un par de tíos santiaguinos que habían trabajado en la casa de Moneda (que yo siempre confundía con el Palacio de La Moneda), todos compartiendo la hospitalidad deportiva y socialista de mi padre, escuchando después de almuerzo los partidos por la radio y yendo en patota a los estrenos teatrales de los radioteatros con tías, mamá y abuelitas, en las primeras salidas de infancia.

Las otras ocasiones eran los circos y allí a los niños que estaban en la galería los patos malos les robaban los zapatos –cuestión que siguen haciendo ahora en los supermercados- y se disfrutaba a los trapecistas, los payasos sin doble sentido, el maní confitado y los algodones de azúcar, aunque siempre preferí las manzanas confitadas.

Cuando uno quiere transmitir vivencias a los jóvenes de hoy debe aclararles que en ese entonces no había televisión. Que era la época de radio, de series patrióticas como el Adiós al Séptimo de Línea, o espacios como el Hada Madrina, de donde salieron los famosos locutores de los setenta y ochenta. Yo tengo una memoria excelente para recordar mi niñez y adolescencia y una amnesia asimilada de adrede para el período de los setenta a los ochenta.

Cuando me echan la talla de que estoy como Julito, difundiendo la botica de la abuela, recordando el tiempo de sueños colectivos, creo es bueno ser agente vinculante de dos siglos. Porque gracias a las nuevas tecnologías, en las que afortunadamente me muevo como pez en el agua, puedo establecer redes con amigos y conocidos de diferentes lugares del mundo y junto con dibujar proyectos, vamos intercambiando visiones del mundo, aspiraciones políticas que tienen que ver con la humanidad sin fronteras o con la familia, dos espacios en donde todo ser humano puede encontrar similitudes, ya que son afectos y sueños los que caracterizan los hogares y a partir de allí las personas pueden empinarse en sus utopías, para ser mejores y para construir felicidad.

Puedo admitir que ese síndrome del Mundial del 62 –ahora que los próceres han ido partiendo– es un momento de sano orgullo y me emociona cuando Julio Martínez lo rememora con vehemencia. Porque Chile ahora necesita cargar las pilas para inventar una sociedad más humana.

Estamos cruzados por conductas incorrectas que han distorsionado el sentido de servicio público. La sociedad de hoy es despiadada con los mayores, ha impuesto un individualismo que lleva a relaciones cortoplacistas y de bajo compromiso. En esto se debe anotar que ha habido en los 40 años que siempre reseña Julio Martínez, una responsabilidad muy grande y silenciada de toda una generación, personas militantes que fueron candiles de la calle y oscuridad de su casa. Me refiero a la gente de mi tiempo, que abrazaron la lucha social, el cambio, pero olvidaron los afectos y las responsabilidades de hogar. Si duda de esto, haga una estadística rápida entre las personas que superan los 45 años para saber cuántos han mantenido una única familia, cuántos se divorciaron y muchos de esos en varias ocasiones. Esto no es historia, es asunto presente, causas profundas de una sociedad enferma de miedo y egoísmo, de donde ha derivado un clima de inseguridad para los que ahora son treintones y se encuentran en dificultad para cultivar afectos y poder comprometerse con una pareja, con hijos, con un proyecto, con su país.

Por eso, el síndrome del Mundial del 62 es algo que da para pensar, porque nos remonta a un tiempo en que vivíamos con mucha mayor estabilidad, teníamos barrios, vecinos solidarios, no había miedo y la gente solidarizaba. Era el período de una república noble, más pobre, pero mucho más honesta.

Al final, creo que asimilé la broma y creo que la voy a compartir en los foros de los sitios web en que normalmente participo. Son cuestiones comunes, en las cuales se puede ver que por mucho que sigamos remontando hacia el siglo XXI siempre será necesario echar un vistazo a las raíces, para corregir errores y no olvidar lo bueno. El 2000 significó cruzar un río tormentoso y para cruzarlo hubo que traer un equipaje liviano, en donde portamos sólo esos valores que nos deben iluminar en los caminos que vienen.

Personas como don Julio Martínez prestan este gran servicio de ser verdaderos faros, iluminando desde sus enclaves de historia las incertidumbres del mañana.





COMENTARIOS SELECCIONADOS DE LECTORES

* Concuerdo en un cien por ciento lo escrito por el señor Narbona Veliz. Desde pequeño vi a J.M. en TV al cual siempre se le dio un espacio entre tanta noticia desanimante. Su oratoria siempre llama la atención; su voz, nos trae recuerdo de reuniones familiares en torno a la TV con tías, primas, primos, mamá, hermanos, junto al Westinghouse. Buenos recuerdos de un tiempo más tradicional, pero más enriquecedor en las conversaciones y relaciones familiares y humanas. ¡Igual que la selección del 62! como bien me han dicho mis padres. Manuel Dinamarca

* En días tan convulsionados y complejos de nuestra sociedad, entre el glamour de las ilustres visitas por la "Cumbre Iberoamericana" que contraSta con la realidad de la mayoría de los ciudadanos, me quiero referir a una persona que forma parte de nuestra realidad, un hombre que nos ha entregado tanta humanidad, Julio Martinez. Él, con todo su profesionalismo, nos condujo por las situaciones y hechos de nuestro país, con una entrega sin igual. Un señor de los medios de comunicación. No hubo necesidad de contar con un aparato de televisión para "ver" sus relatos deportivos, no hubo necesidad de ser invitado a cátedras para ser máps eruditos en alguna materia, él a través de la radio y televisión nos brindo tantos conocimientos y por sobre todo nos transmitió mucho amor. Me siento contenta de haberle conocido y de haber escuchado su oratoria. Ojalá el buen Dios y la ciencia nos regalen un poco más de él, ya que es uno de los grandes de esta patria. Yana Mlekuz





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