sábado, febrero 11, 2006

LA DEMOCRACIA Y NUESTRO PEQUEÑO DICTADOR

LA DEMOCRACIA Y NUESTRO PEQUEÑO DICTADOR

Con sus bande­ras rasga­das, postu­lada como un siste­ma político plura­lista, la demo­cracia se yergue como un perfectible sistema que debe superar rompientes a cada esquina.


La pregunta que va calando hondo la historia presente, es el grado de viabi­lidad que tiene la demo­cracia para resolver en equidad los conflictos socia­les. Siendo la democracia el mejor de los siste­mas conocidos, los es­fuerzos apuntan, en especial a nivel regional latino­americano, a mejo­rar­lo con la e­nergía de la civi­lidad, con la moder­nización del estado y con la apertura y ensayo de nuevos canales de participación para los hombres coti­dianos.

Las amenazas que debe afrontar la democracia son mu­chas, pero quisiéramos subrayar dos tendencias que apuntan sobre ella, debilitándola intrínse­ca­mente.

Primero, las iner­cias centralis­tas y la concen­tra­ción de poder, con la presencia creciente de grupos económi­cos que van ejer­ciendo una influencia creciente en los distin­tos niveles de la sociedad.

Otro peligro es el que cada cual lleva dentro y que aparece al menor des­cuido. Es nuestro pequeño dictador, que arremete en contra del mundo, tratando de imponer sus ideas e intereses contra viento y marea.

Si nos animásemos a sincerar nuestra real vocación de demócratas, asistiríamos con escozor a esta peligro­sa tendencia interior a imponer nuestra voluntad por encima de las proclamaciones altisonantes de este ideario.

Incentivados hombres y mujeres por premisas que funda­mentan el éxito en un actuar individualista y agresi­vo, como clave de la competitividad y del éxito, ese peque­ño dictador pareciera legitimarse en noso­tros, avasa­llando inconscientemente a los demás.

Nuestro pequeño dictador busca imponerse sobre el del vecino, ya que los perci­be como antagonis­tas a quie­nes se debe derrotar.

Para educar en valores realmente democráticos, es preciso asumir que el hombre, como ser gregario, nece­si­ta de los demás, aunque en esa convivencia natural­mente conflictúan sus intere­ses con los de las demás personas. Debe por lo tanto, cooperar y simul­tá­neamente competir. En este sentido, el hombre que se supone civilizado, parti­cipa en función de los espacios que él efecti­vamente abre y ejerce.

La ley de la selva que ha fortificado el indivi­dualismo debe ser corregida para una convivencia sus­tentada en la paz.





Una mirada libre a nuestro entorno

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