sábado, abril 08, 2006

Clase media chilena, cuesta abajo en la rodada...


Clase media chilena, cuesta abajo en la rodada...

Hernán Narbona Véliz

periodismo.probidad@gmail.com

8-abr-06


LA FRAGMENTACIÓN SOCIAL de los sectores medios de la sociedad chilena obedece a numerosas causas históricas, pero pueden resumirse en haber sido entrampados por un sistema económico social inclemente, sin capacidad para oponerse a él o siquiera para inventar alternativas que morigeraran los efectos del mismo.


Las elites políticas de la izquierda parlamentaria y el social cristianismo bajaron los brazos en cuanto a proponer salidas al modelo heredado del régimen militar, tanto por haber sido cautivados por el exitismo de las cifras macroeconómicas, como por la frustración de ver desaparecer el modelo centralmente planificado del bloque soviético o perder la fe en la movilización social.


En los dieciséis años de dictadura, quienes se atrevieron a organizar a la civilidad levantaron propuestas de corrección para una sociedad democrática y un sistema económico de mayor equidad, pero, después de haberse ganado el plebiscito que dijo No a la continuación de Pinochet, las cúpulas políticas resignaron los cambios en aras de la transición; así quedaron arrumbados los planes de gobierno elaborados por equipos de profesionales progresistas, al tiempo que se les marginaba de los cuadros de gobierno por ser conflictivos. En esas negociaciones envueltas en el secretismo se podría encontrar explicaciones para esta prolongada y cuestionable transición a la chilena.


Se trató de una negociación de amarre, que significó hacer vista gorda sobre situaciones que configuraban grotescos delitos al interés público. La explicación política “no estar dadas las condiciones como para oponerse a ellas”. Se aceptaron así situaciones de abierta corrupción y saqueo del patrimonio público y el pragmatismo les sopló al oído a las cúpulas de la denominada izquierda renovada, “si no puedes derrotar a tu enemigo, únete a él” y se convirtieron en administradores refinados del neoliberalismo, renegando de los sueños de cooperativismo, democracia por la base y promoción popular, pero instalando un polo transversal de poder que ha podido hacer gobierno por 16 años.


La clase media – mortadela casera en el sándwich ciudadano- se involucró hasta los tuétanos en el crecimiento económico de los noventa. De ciudadanos devinimos en consumidores. Cambió la concepción clásica de familia. La mujer había irrumpido en el mundo del trabajo desde los ochenta y ya no alcanzaba con un padre proveedor, ahora ambos debían trabajar y así acceder a los bienes y servicios de un mercado expansivo. Al mantenerse sin cambios los principios constitucionales neoliberales de la Constitución del 80, el Estado en democracia siguió trasladando propiedad o gestión pública a grupos privados, nacionales o internacionales, sin que la ciudadanía tuviese ni la organización, ni las capacidades legales de participar en las decisiones, y el marketing comunicacional de la clase política sustituyó definitivamente la participación política de la gente. El terror que había impuesto la dictadura a través de su maquinaria represiva ahora era sustituida por el temor a perder el empleo, el temor a enfermarse y arruinar a la familia, el temor a que los hijos no pudieran estudiar, la impotencia ante los tentáculos del sistema financiero que lucraba con los chilenos en los momentos de mayor crisis, en definitiva, el temor vísceral que causa el desamparo.


El endeudamiento interno y la precariedad del empleo son las nuevas cadenas que atan a la clase media para anularla casi por completo en términos sociales. Las generaciones que en los ochenta eran aún jóvenes idealistas, dispuestos al cambio, han ido cayendo ferozmente en las reglas del juego de la competencia salvaje o en el hedonismo. Disfrutar mientras se pueda, en el aquí y ahora. La relación con los adultos mayores es de indolencia, se les considera un lastre y culpables del país que ha heredado la juventud.


La clase media se ha pauperizado. No digo proletarizado porque eso habría significado tener conciencia asociativa y la clase media se diluye dispersa, con baja capacidad asociativa. La tenencia de cosas es lo que aparentemente brinda seguridad y a eso se dedican los años principales de la vida, descuidándose la formación de familia, la sustentabilidad afectiva de las relaciones de pareja, la formación de los hijos en valores sólidos. Sólo los que pueden articular una relativa independencia económica pueden considerarse relativamente libres para protestar y disentir. Las grandes mayorías caen en el desencanto profundo que las hace automarginarse. Como se ha perdido la confianza, cuesta articular movimientos ciudadanos, cuesta que la gente se involucre y se comprometa. La mayoría sigue cabeza gacha marcando el paso, tratando de que su bajo perfil la proteja, pero, cuando les toca vivir crisis sienten en carne propia la falta de organizaciones sociales de acogida. La pertenencia social es, por regla general, la tenencia de bienes. Carecer de dinero es lapidario para los sectores medios, ya que no hay fichas CAS para ellos, no existen mecanismos de apoyo y quedan a merced del sistema que los sigue estrujando sin piedad hasta morir.

La clase media paga impuestos, descree de todo, pero quiere usar las autovías. Así continuará: manejará su automóvil hasta que la asfixia de las megalópolis la obligue a abandonar ese símbolo de estatus. O hasta que salga el vandalismo a incendiárselos por miles, como ocurrió en París.






Una mirada libre a nuestro entorno

1 comentario:

José Manuel Martínez Sánchez dijo...

Es cierto. A mí me contaron la historia de un hombre que, durante la crisis de Argentina, trabajaba casi 20 horas al día con el fin de mantener los privilegios de una vida de clase alta: coche de lujo, sirvientas, chalet... Una pena.

Un saludo y felicidades por su interesante blog.

Saludos, José Manuel