Dos caras para una Navidad.
En muchos hogares, Navidad es una ocasión para la unión familiar, en torno a la modesta mesa y la oración.
Históricamente, en el seno de familias humildes, la digna pobreza se llenaba de esperanza en torno a una cena casera. Esa noche, el pan caliente, una taza de te, podían saber a manjares si se los compartía con amor. La reconciliación de las familias; el saborear un platillo cocinado con dedicación; el disfrutar con la sonrisa de ese niño que despreciaba los juguetes nuevos y se entretenía con las cajas que servían de empaque; la recepción de un saludo lejano y sincero, son todos gestos que describen esa Navidad sencilla, que era la que vivimos con nuestros padres y nuestros abuelos. Una Navidad centrada en la reflexión, en la familia, en la tácita oración, en la paz.
Del otro lado, en un bombardeo de propaganda, se despliega el consumismo. La codicia es un pecado social de época, que sume a la sociedad en un profundo precipicio. Las personas caen en ese afán de poseer bienes materiales, de endiosar el dinero, de asimilarse a los estándares que les vende la maquinaria mediática, uniformando gustos, marcas, afanes absurdos de pertenencia a un mundo de oropeles.
La avaricia cierra a las personas en sí mismas, las hace enloquecer en la obsesión de tener cosas que jamás llegarán a usar. La carrera colectiva detrás de una tenencia absurda de más y más cosas que jamás podrán utilizar o disfrutar.
Corriendo tras de esas cosas materiales, las familias se disgregan, el egoísmo les impide compartir, pierden el único patrimonio irrecuperable: el tiempo que les ha sido concedido. Es obvio que al partir nadie se lleva nada, de nada sirven las cuentas secretas, ni las alcancías repletas, ni el dinero debajo de los colchones.
¿Es usted víctima de la avalancha consumista? Si racionaliza, podrá apreciar que para la sociedad de consumo la temporada navideña se inició hace meses, recién entrada la primavera. El consumismo ha llevado a la gente a soportar aglomeraciones, a endeudarse más allá de lo que pueden pagar, a casi enloquecer por alcanzar alguna ganga de las liquidaciones.
Sin embargo, alejados de esas catedrales del consumo que son los malls, hay personas que se preparan para conmemorar el nacimiento del Redentor, con recogimiento y devoción. Es una confrontación de lo fatuo y lo profundo, de la codicia y la generosidad.
Por ello, concentrémonos en la verdad, en la esencia de lo que significa la Navidad. En la humildad de un pesebre, perseguidos por el poder, María y José buscan cobijo, les ofrecen un lugar entre los animales. Allí, rodeado de pastores y ovejas, en Belén, nace Jesús, el Niño Dios, para cumplir una misión divina de redención y amor. Basta en esta Navidad con un gesto de amor, es todo lo que necesitamos. Suficiente para sacudirnos el pecado de la codicia.
22 Dic. 2006.
Una mirada libre a nuestro entorno
1 comentario:
La publicidad que bombardea e induce a consumir todos los productos a transformado una fecha en la cual la familia se reunía en función del compartir en un ícono del consumismo.
es muy triste ver a la gente comprar por comprar, por que está barato, porque te dicen que es una oferta, etc.... simplemente es una pena.
Lo más probable que muchos se sienten agotados el 24 a comer una comida preparada en un supermercado y se irán a costar cansado pero con una sonrisa del "cumplimos" ... a la larga uno no valora lo material, somos seres humanos y nos sentimos realizados ante el afecto y cariño que nos entregan.
espero que pases una hermosa navidad junto a los tuyos.
saludos
:)
Publicar un comentario