Como un bien que a veces no atesoramos debidamente, la paz es esa capacidad de salir de nuestras casas, cada día con un nuevo afán, trabajando para pagar nuestros compromisos, para comprar en el mercado, para educar nuestros hijos, disfrutar de algún café de risas y sueños en algún recodo de amistad, y volver por la tarde al regazo con los seres queridos y encontrarlos vivos, alegres. Es la vida en paz, una situación de simplicidad que se parece al amor. Esa paz que anhelan muchos pueblos destrozados por la guerra y por quienes se estremece hoy la conciencia humana.
Cerré los ojos y me trasladé al horror de la franja de Gaza y sentí,
estremecido, la dialéctica perversa de la guerras genocidas, sin respeto ni a
templos, hospitales ni escuelas, en esa agresión impersonal de un juego de
video, sin declaraciones diplomáticas previas, que implica el genocidio
temprano, para que los pueblos tildados como enemigos, algún día,
eventualmente, no puedan levantarse en armas y agredir a la potencia dominante.
Frente a nuestros ojos va transcurriendo este conflicto, con crueldad
exacerbada, con asimetrías profundas. Gente común y corriente es masacrada, la
instantánea comunicación nos va mostrando la escalada.
La guerra va asolando esperanzas, llega con sus vicios, sus mentiras de
noblezas, con ira, con violaciones a niñas y mujeres, con ejecuciones sumarias,
con torturas, con hambrunas colectivas, pestes y gigantescos desplazamientos de
población. Los traficantes de armas y los mercenarios (sociedades anónimas que
venden sus servicios de muerte) lucran de la logística bélica, si es necesario
usar drogas para incentivar la barbarie, la disponen.
La guerra no es contra un enemigo uniformado, se desarrolla soterrada, sin
una declaración formal, es una simple carnicería contra la población civil,
donde todos pasan a ser peligrosos, con la lógica asesina de prevenir males
mayores, los civiles somos un mero daño colateral. No valen los Convenios de
Ginebra para los prisioneros de guerra, no habrá Corte Internacional de
Justicia para los invasores, el Derecho se arrumba entre montañas de cadáveres,
consecuencias de las maniobras de bombardeo y tierra arrasada. La guerra de hoy
es peor que lo imaginable.
La guerra siempre ha estado movida por el lucro, por el control de los
recursos estratégicos. Lo diferente hoy es que, cuando se luchaba contra un
enemigo declarado, éste llevaba uniforme, se le distinguía de la civilidad,
pero acá no, cualquier habitante con determinados rasgos étnicos, es peligroso
y debe ser eliminado, por las dudas.
Ante la escalada de horror en medio Oriente y ante una inminente
conflagración mundial, los pueblos, y especialmente los trabajadores de la
cultura, debiéramos mantener una voz activa por la paz, ya que el Derecho
Internacional es nuestra única protección frente a la ley de la selva
imperante. Roguemos que no sea demasiado tarde.
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