Cuando se debate de la crisis de seguridad ciudadana por el avance de la delincuencia, es preciso ir al rescate del tejido social, ése que existió cuando en cada barrio, las juntas vecinales, elegidas democráticamente, articulaban la participación vecinal activa en la solución de los problemas de la comunidad.
¡No hay que temerle al poder popular!
Una pregunta sencilla, que difícilmente se podría responder en Chile en el momento actual.
Sin embargo, el país crece, pero al mismo tiempo se va debilitando cada vez más, por la inequidad intrínseca del modelo, por las asimetrías crecientes entre pobres y ricos, por los vicios que cruzan transversalmente el sistema económico, el sentido de nación, el sentido de país unido. Geopolíticamente surge entonces la percepción de un grave riesgo de desintegración social, de pérdida de valores que conforman la identidad aglutinante de ser chileno, un grave riesgo de que aumente aceleradamente la marginalidad de una población joven que carece de una orientación, que no es acogida por el sistema ni son canalizadas sus expectativas.
Preocupa el riesgo expresado por casi todos los chilenos en materia de desprotección frente al abuso recurrente de los actuales monopolios privados en servicios de utilidad pública. La indefensión de la gente frente a funcionarios que se corrompen en vez de defender el interés general, la permeabilidad de las instancias de poder a la influencia subterránea que puedan tejer las mafias. El país real que sufre a nivel local la realidad de municipios que manejan sus feudos de poder sin darle cuenta a nadie y con actos de corrupción que han correspondido por igual a seudo derechistas como a seudo izquierdistas. En la base social de las poblaciones, se ha acrecentado el temor y como no se trata ahora de ir en contra de una dictadura porque estamos en democracia, la expresión de insurgencia potencial se ha empezado a llamar vandalismo, barras bravas, pandillas, por último, bandas de narcos disputando territorios. La gente honesta y de trabajo vive hoy con un temor permanente, que no es aquél que se vivía en las protestas, sino el terror de que las mafias se tomen sus barrios.
Ninguno de estos problemas los podrá solucionar el gobierno que sea, sin la participación activa de la gente, sin que la ciudadanía reasuma su responsabilidad en la base social. Si un gobierno no es capaz de movilizar al pueblo en función de estas prioridades sociales, estamos frente a una peligrosa brecha entre el pueblo soberano y sus representantes populares. El tema es ideológico: hablar de Poder Popular les trae a muchos reminiscencias intolerables. En el sistema actual hay una actitud reticente de los tecnócratas frente a todo lo que suene a organización social, cooperativismo, compre juntos, sindicatos profesionales, defensores ciudadanos (Ombudsman). Porque no está en su cultura, son profesionales formados en el modelo.
¿Ser de izquierda o de derecha? ¿No sería mejor cambiar la pregunta y aplicar el test de la consecuencia? ¿No será el tema un asunto de principios, de ética política y social? ¿Y si en vez de entramparnos en etiquetas, no aplicamos el test de la blancura a los candidatos a representantes antes de decidir? Por sus obras los conoceréis…
Por el efecto de desorientación que está provocando en la comunidad nacional la falta de una dirección política monolítica, que plantee los principios antes que el cosismo o el exitismo, sucesivas generaciones de chilenos hoy se alejan cada vez más de la cuestión pública. Los que ahora apuntan a los cuarenta años se han formado en el capitalismo más salvaje del planeta y por eso luchan como en una selva, preparan sus armas para salir como gladiadores ninjas a vencer o morir. Es la concepción de esa equívoca competencia individualista que ha incentivado el modelo. Es la sensación de desprotección que sólo atenúa la tenencia de dinero. Los caminos para obtenerlo pueden ser muchos. La ética flaquea, los antiguos ideólogos de las utopías más encendidas de la revolución de los setenta, son ahora lobbistas que venden su influencia y defienden los intereses de las multinacionales que se han posicionado en este país emergente, de bajo riesgo, con criterios neo-coloniales.
En la utopía marxista de ayer se hablaba de un Estado Empresario y de planificación central, sin propiedad privada de los factores de la producción. La socialdemocracia europea acuñó el concepto de Estado benefactor y han defendido este camino pese a la ofensiva de las políticas liberales. En nuestro país los seudo liberales se apropiaron primero bajo un gobierno militar, del mayor patrimonio público, las empresas más apetecidas: energía y comunicaciones. Acuñaron el concepto de Estado Subsidiario, como una forma sutil de minimizar el rol fiscalizador y regulador del Estado, gozando así de un enorme espacio para su dominio e influencia.
¿Ser de izquierda o de derecha? Sinceramente, una payasada. Los estereotipos se han ido diluyendo y entre neoliberales que defienden a los pobres y a los familiares de detenidos desaparecidos y los viejos luchadores con fines de lucro, que han desfilado por los tribunales por haberse llevado el Estado en sobrecitos para la casa, la verdad no hay mucho donde elegir.
Planteo para el debate ciudadano, del Chile de adentro y del Chile de afuera, el tema del Poder Popular, la expresión soberana que sustentó nuestra independencia con el Cabildo abierto de 1810, la base política de la República, pero también expresión de una nueva utopía contemporánea como lo es la profundización de la democracia y la lucha en la base social por gobiernos comunales no corruptos, que no defrauden al Estado ni a la población.
En definitiva Poder Popular en pro de un Estado efectivamente democrático, con un sistema de mercado donde el Estado cumpla su rol regulador sin servilismos, sin corrupción y atendiendo los intereses de largo plazo, la calidad de vida de las futuras generaciones.
Una mirada libre a nuestro entorno
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