Hay que continuar defendiéndonos del retorno persistente de la barbarie. No solo de la barbarie que podríamos llamar ancestral, sino la barbarie moderna, fría, anónima, abstracta y mercantilizadora de nuestros tiempos.
Las guerras “localizadas” pero de impacto global incierto, la destrucción del ambiente, los basureros mundiales, la desertificación de la tierra, la contaminación de aguas y de atmósferas, el desempleo, las migraciones multitudinarias, las epidemias, el descontrol de la experimentación biológica, la globalización económica-política y cultural, la automatización tecnológica, la tecnocratización del poder, el desarrollo y difusión del conocimiento, la violencia, la discriminación de la juventud, la desarticulación de las sociedades, el impacto de la comunicación, el deterioro de la educación y de las instituciones universitarias, la angustia, la incertidumbre, la desconfianza como contra pautas de convivencia, las catástrofes físicas, biológicas, psicológicas, sociales, masivas, el crecimiento de la libertad, de la complejidad, del caos y la frontera del orden, cualquier orden, la sobrevivencia, la conservación de la vida, no son materias que podamos captar solo con el ojo solitario de una disciplina científica.
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