sábado, enero 14, 2006

¿PALABRA DE HOMBRE O PALABRA DE MUJER?


En la expresión popular, el cierre de un compromiso se hacía con la expresión "palabra de hombre". Connotación talvez de un caballeresco respeto a la palabra empeñada, en virtud de la cual, sin mediar papeles ni protocolos, los varones que se preciaban de tales, honraban sus compromisos.

Empeñar la "Palabra de hombre" significaba la fuerza del honor. Un sello intangible que se estampaba a viva voz, con o sin testigos, respaldando una actuación futura.

Cuando los fenómenos de género irrumpen en el lenguaje tradicional, que reflejaba la vida en sociedad en un determinado período histórico, comienzan a competir absurdamente hombres y mujeres. Pero, en dimensiones paralelas, se va debilitando socialmente la consecuencia, el honrar lo pactado, el comprometerse a fondo en aquello en lo que se creía. Empeñar la palabra es propio de la costumbre anglosajona, antes que la latina. Desafortunadamente, en nuestro contexto social, tanto la palabra de hombre como la palabra de mujer se han desacreditado por el exceso de incumplimientos acumulados en el tiempo. Confiar en la palabra habría significado destrabar los compromisos y los acuerdos sociales de protocolos inútiles. La voluntad de cumplir, el compromiso veraz y efectivo que obliga moralmente, tiende a diluirse en un mar de dilaciones y disculpas.
La credibilidad de las personas respecto a las instituciones es baja y la clase política es uno de los estamentos al que menos se le cree.

Cuando se escucha el eslogan "palabra de mujer" o "palabra de hombre", en un intencionado sesgo que busca implantar el tema de género, la cuestión de fondo es si quienes esgrimen el histórico sello compromisorio, lo están haciendo en serio.

Cuando una sociedad elige a sus representantes populares y al Jefe de Estado, no debiera hacerlo por una cuestión de genitales masculinos o femeninos, sino por asuntos más elevados, que tienen que ver con las ideas, la razón, los principios, el espíritu.

Si se manosea la palabra, indistintamente que sea esta formulada por alguien que usa pantalones o vestidos, se está trajinando un símbolo de compromiso atemporal. Una promesa de campaña es mucho más que una bengala de luces para encandilar incautos.

Que no se trafique con la palabra. Que el compromiso sea honesto. Para poder creer y con eso recuperar los sueños y esperanzas de una sociedad enclavada en el honor, en la verdad, en la honestidad.



Una mirada libre a nuestro entorno

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